Dios está en la mirada de los galgos
Estaba despierto cuando el viejo llamo bruscamente a su puerta. La noche anterior le dijo que lo despertaría temprano para ir a cazar. Miguel apenas pudo pegar ojo. Llevaba solo un par de días en casa de su abuelo y aún era incapaz de acostumbrarse, y menos todavía conciliar el sueño. Aquella cama crujía cada vez que intentaba encontrar una postura cómoda. Las sabanas, recias como el esparto, desprendían un olor rancio y desagradable. Al levantarse miro por la ventana. La noche seguía aferrándose a a su trono. Bajo hacia la cocina para desayunar. Dos gruesas tostadas de pan reposaban en unos viejos platos y al lado una oxidada aceitera. Un agradable olor a leche caliente salía de unos vasos de barro. Miguel observó que al lado del desayuno, ocupando casi toda la mesa, estaba la escopeta. La pequeña bombilla brillaba en el acero pulido de la escopeta. El chico, como imbuido por un deseo irrefrenable, rozo con las yemas de los dedos la escopeta. Un escalofrío le recorrió ...