Antoni Gaudí, Gijs Van Hensbergen
Los seres humanos no solo caminan por la tierra sembrando el mal, destruyendo todo a su paso y dejando un desolador paraje de tierra quemada. Si no que durante siglos algunos hombres y mujeres han convertido su vida en intentar embellecer aún más nuestro mundo con algo que es intrínseco al ser humano: el arte. A nosotros se nos concedió un don por el cual somos capaces de crear obras que dejan un trocito de nuestras almas, que conmueven y sorprenden, enoblecen y emocionan. La figura del artista siempre es objeto de estudio por parte de los admiradores y academicos. Muchas veces estos hacen de su vida una prolongación de su obra, convirtiéndola en una obra aún más estrafalaria, siendo un ejemplo el surrealista pintor Salvador Dalí, que con cada respiración que exhalaba era puro performance. Pero otros, hacen de la suya tan discreta y simple que con solo su obra son capaces de despertar un gran interés. En este segundo caso se enmarcar el protagonista del libro a reseñar. Un hombre que dentro de su forma de vida austera miró hacia el cielo para levantar unos edificios que le otorgarían fama inmortal. El mejor y más único de los arquitectos, un hombre capaz de crear unas formas tan originales y maravillosas para la mayor gloria del Altísimo. Esto es: Antoni Gaudí de Gijs Van Hensbergen.
Antes de hablar del libro, una introducción del personaje. Antoni Gaudí i Cornet nació el 25 de junio 1852 y murió el 10 de junio de 1926 a los 73 años. Nacido en una familia de caldereros, desde pequeño fue totalmente influenciado por las influencias artesanales de su familia, desde bien pequeño comenzó a desarrollar una vena artística, siendo su mayor fuente de inspiración los paisajes catalanes, con el sempiterno Mediterráneo, con su luz única y brillante. Terminados sus estudios de arquitectura, dejando su pueblo marchó a la capital catalana, Barcelona, una ciudad que estaba empezando a convertirse en la ciudad boyante que es hoy día, con un incipiente industria y una trasformación de sus calles. Allí conocería a quien se convertiría en su principal valedor y mecenas, el hombre que ayudaría a levantar las ideas del joven arquitecto, fascinado por su originalidad, el empresario Eusebi Güell. Este prohombre vió en Gaudí al perfecto reformador de la ciudad y el que le proporcionó una comodidad por la cual podría hacer realidad todas sus ideas. Del fruto de esta unión nacerían paisajes que ya son parte fundamental del paisaje urbano barcelonés como el Parque Güell o la capilla de la Colonia Güell. Otras obras dentro de los nuevos edificios de Barcelona fueron La Casa Batló y la Casa Milá. Pero no solo de obras civiles vivió Gaudí, si no que llevado de un ferviente catolicismo llevo a cabo una serie de obras religiosas, como el Colegio Teresiano de Barcelona, el Palacio episcopal de Astorga o la restauración de la catedral de Mallorca. Pero sobre todas estas, sobresale la que es sin duda su opus magnus, el monumental Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Durante toda su vida Gaudí compagino un gran esfuerzo trabajador, con una ferviente actividad religiosa, convirtiéndose en una especie de monje anacoreta, levantado a su alrededor una fama de hombre difícil y arisco, cosa que el libro se dedica a rebatir.
Hensbergen construye un relato bien documentado, tanto de la vida del arquitecto como del periodo histórico, hilvanando la historia personal Gaudí con la de la propia España y en especial la de Cataluña. Vemos evolucionar al joven de provincias, repleto de sueños de grandes edificios, de gustos refinados propios de un dandy, hasta convertirse en un vetusto anciano, de enjuto cuerpo, alimentación de monje y vestidos raídos, con una fe hacia Dios tan grande como sus edificios, un temperamento entre duro y tierno, cerrado y entusiasta, catalán de pro, defensor de una identidad propia, más cercana al independentismo actual, cosa que hace de Gaudí uno de los principales héroes del poble catalá.
La principal meta de esta biografía es desmentir la leyenda de solitario que el tiempo forjó de la figura de Gaudí. En el imaginario colectivo se muestra a un ermitaño, enclaustrado en su estudio de la Sagrada Familia, rodeado de planos y dibujos, un hombre de modales nulos, gruñón, terco y dado a explosiones de rabia. Pero no era del todo así. Los que lo trataron presentan a un hombre afable, con dotes para la conversación, de modales respetuosos. Bien es cierto de que si contestaba de forma brusca cuando algo no le cuadraba con su idea, mostrando un compromiso total con su obra, la cual defendía con uñas y dientes. Su religiosidad era su principal rasgo. Dueño de las grandes virtudes del catolicismo que son la fe, la esperanza y la caridad, dedicó su trabajo como una gran oda a Dios, siendo la Sagrada Familia un tributo al Señor, donde todos los fieles puedan orar entre sus altos muros, una comunión total entre fe y majestuosidad. Si disfrutaba de la soledad, cosa que no evitaba que forjará unas amistades profundas y queridas a lo largo de su vida. Siendo el propio Güell, el obispo José Torras y Bages, el poeta Joan Maragall y el doctor Pere Santaló grandes amigos. Y sobre todo consiguió tener colaboradores fieles como Francisco Berenguer y Llorenc Matamala.
El Capricho, una de sus primeras grandes obras, levantando en Comillas, en Cantabria, es una de las mejores obras fuera de cataluña. Construido durante los años 1883 y 1885, fue auspiciado por Maximo Diaz Quijano es el máximo ejemplo de la etapa orientalista de Gaudí. Visto desde fuera parece un castillo de cuento de hadas. Con una torre por la cual podría caer la larga melena rubia de Rapunzel, traen a la memoria los minaretes árabes.
El Parque Güell es la máxima expresión de las dos facetas de Gaudí. En el se entremezclan su fe y su catalanidad. Con una libertad creativa enorme, Gaudí desafió todos los convencionalismos establecidos, desarrollando un lenguaje único y personalísimo.
Los dos grandes edificios la Casa Batló y la Casa Milá, son una muestra de lo fecunda que era la imaginación, tan únicas y tan distintas a la vez. Una (Batló) con sus balcones tan peculiares y la otra (Milá) con sus sinuosas curvas que le dan una apariencia de tarta, demostraron la gran calidad de Gaudí.
La cripta de la Colonia Güell es la expresión de la fe al estilo Gaudí. Con su vista exterior que le da una forma de un nido de araña, en la cual se esconde un interior decorado con colores y formas magníficas.
Y por último la gran obra, un trocito del cielo en la tierra, la fe tallada en piedra, un templo que exalta el amor de Dios a cotas nunca vistas. Gaudí traslado su religiosidad a un monumental templo en cual asombra a quien lo mira, con sus enormes torres que parecen cipreses, su enorme fachada que en mi caso me recuerda a esos castillos de arena que hacía de niño, cogiendo arena, mojarla e ir soltándola lentamente, haciendo torres de curvas extrañas y maravillosas. Pero una vez dentro, el asombro se engrandece. La Sagrada Familia apabulla, deja sin aliento. Si esto ha salido de la mente de un ser humano, aún tenemos esperanza como especie. Una pena que no este aún terminada.
Antoni Gaudí tuvo una muerte triste. Cuando se encaminaba a la iglesia de San Felipe Neri fue atropellado por un tranvía. Como su aspecto en sus ultimos años era de un anciano de barbas blancas, que llevaba trajes viejos y raídos, lo confundieron con un vagabundo, pues tampoco iba documentado. Nadie quiso socorrerlo hasta que un Guardia Civil llamó a un taxi. Tras ser trasladado a un Hospital, allí fue reconocido pero ya era tarde. Gaudí recibió los santos sacramentos y entregó su alma a Dios. A pesar de su muerte triste, durante su entierro su féretro fue acompañado por una multitud apenada que acompañó a su más insigne arquitecto. Su restos descansan en la capilla de Nuestra Señora del Carmen en la Sagrada Familia. Hoy en día hay una causa para elevar a los altares a Gaudí para convertirlo en santo.
Antoni Gaudí de Gijs van Hensbergen es un libro delicioso. Lo he leído totalmente encantado, pues está muy bien escrito. El autor nos lleva de la mano a aquella Barcelona, tan boyante como anárquica, donde se dieron cabida la vanguardia intelectual, el patriotismo regional y un hervidero de lucha social. Se nos relata la vida de un hombre de carácter humilde, trabajador, religioso, un hombre empequeñecido que se engrandeció a base de construir grandes monumentos tanto a la fe como a la humanidad. Gaudí alcanzó la inmortalidad de dos maneras, con sus grandes ideas y con su enorme fe. Cimentó su obra con unos edificios edificados a base de imaginación, originalidad, trabajo duro y sobre todo una defensa acérrima su propio estilo. Un libro que se lee con agrado, pues Hensbergen se nota que ama la obra del catalán, con esta deliciosa biografía intenta atraer al público la vida y obra de un artista único y genial. No es un libro para entendidos en arquitectura (yo me incluyo), es una biografía amena, un canto de amor a un genio, único e irrepetible, una de las lecturas del año sin ninguna duda.
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