La prueba del laberinto, Fernando Sánchez Dragó

"Me quema la vida, Jaime. Estoy quemado y requemado por muchos de los seres y de las cosas que poco a poco, sin advertirlo, he ido metiendo en ella. Quemado por las mujeres y por el recuerdo de Cristina, quemado por los hijos, quemado por el éxito y por mí buena estrella, quemado por casi todo lo que poseo y no deseo; por mi barriguda y desbordante casa de quinientos metros cuadrados, por mi biblioteca de treinta mil volúmenes". La prueba del laberinto.



He de reconocerlo. Muchas veces me he animado a leer a un autor por tres razones. Por la concesión de un premio, como el Nobel, el Planeta o el Cervantes. Por la adaptación de una obra a una película o serie. Y, la más macabra, por la muerte del autor. Estos tres elementos hacen que, a pesar de mi conocimiento de la vida y obra del escritor de turno, hacen que me muevan las ganas de leer algo suyo cuando ocurre uno de estos acontecimientos. Y esto mismo me ha pasado con un escritor, muy reconocido que, tras su repentina muerte, recordé que en los libros de mi madre había uno suyo y pensé: "cuando termine la lectura que estoy leyendo, lo leeré. Sin más dilación, esto es: La prueba del laberinto de Fernando Sánchez Dragó.

Fernando Sánchez Dragó era un auténtico personaje. Dueño de un léxico inagotable y una cultura vastísima, fue uno de los mejores divulgadores literarios de nuestro país. Eterno contradictorio, supo utilizar la caja tonta que tanto aborrecía, para llevar a los hogares el amor por los libros. Programas como Negro sobre blanco o Libros con uasabi hicieron de Dragó una cara muy conocida. Con un carácter indomable, una lengua afilada y dispuesta a dar mandobles a diestro y siniestro, alcanzó una fama de escritor/personaje, tan solo alcanzado por nombres de la talla de Camilo José Cela o Antonio Gala. A pesar de no haber leído nunca nada suyo, siempre me fascinó el personaje. Me quedaba embobado escuchándole, pues otra cosa no, pero todo lo que dijera Dragó, estuvierais de acuerdo o no, siempre era interesante.  Un combatiente constante, siempre montado en la polémica, blandiendo su mejor arma, la libertad, nunca conforme, supo moverse entre la  férrea lucha antifranquista durante su juventud como militante comunista, cosa que le costó caer con sus huesos en la cárcel, hasta sus últimos años como voz de ideas más conservadoras. Pero lo que nunca se le podría achacar era que fuera incoherente con sus ideas y jamás intento quedar bien con nadie. 

Una parte importante de su obra bebe de su propio experiencia vital. Incansable viajero, recorrió una buena parte del mundo, siendo máximo ejemplo de la máxima cervantina: "quién lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho ".  Durante sus 86 años sus pies anduvieron una gran cantidad de países, empapándose de todas las culturas, sobre todo del pensamiento y la filosofía oriental. Pues de eso trata esta especie de "novela autobiográfica", donde su protagonista, Dionisio, un escritor de éxito recibe la propuesta de su editor para escribir un libro. Cosa normal para cualquier junta letras, pero lo extraordinario de esta proposición es que el libro tiene que versar sobre una de las figuras más importantes, relevantes y adoradas por millones de personas durante muchos siglos: Jesús de Nazareth. Y debe estar escrita en primera persona, narrada por el propio galileo.

Aquí desemboca en una suerte de reflexión filosófica en boca del protagonista, la novela esta narrada en primera persona, donde el futuro escritor habla sobre la figura principal del cristianismo, se debate entre si hacerlo o no hacerlo, si aceptar el reto de ser uno más de los escritores que gastaron tiempo y vida en escribir sobre el Redentor del mundo. Para ello, Dionisio tendrá unas deliciosas conversaciones, primero con su editor y luego con su hija Kandahar que ocuparan la primera parte del libro. 

La segunda parte, una vez decidido a escribir el dichoso libro, Dionisio se embarca en un viaje por Palestina, Egipto y la India, en busca de Jesús. Aquí Dragó se muestra como un exquisito autor de viajes. Nos relata con amor como es la estancia de su personaje (que no es más que Dragó disfrazado de ficción), en los lugares Santos. Recorre Jerusalén, Belén, Galilea, lugares donde paseo el galileo, poniendo la primera piedra de una de las religiones más importantes del mundo. Lo llamativo del viaje es una especie de teoría la cual dice que (según Dragó) los episodios perdidos de la vida del nazareno solo podrían ser contestados por una especie de estancia de Jesús en Egipto y una parte de la India, donde el futuro mesías se empapó de la idiosincrasia de las culturas filosóficas orientales, para luego darle forma al cristianismo primitivo. 

Dionisio/Dragó se reconoce cristiano, pero en el sentido más ortodoxo de la palabra. Rechaza con vehemencia la reforma que hizo San Pablo, el apóstol que estableció las bases del cristianismo oficial, y reivindica que el mensaje y la doctrina de Jesús solo puede pasar por las influencias orientales, el mito de la muerte  y resurrección de Osiris o la triada de dioses hindúes. Esto es pura especulación y, en mi caso cogí la información con pinzas. 

Pero no solo se habla del bueno de Dionisio, pues otros personajes pululan por la novela, siendo los más principales Jaime, el sufrido editor, Herminio, el divertido tarotista, Kandahar, la sabia hija mayor de Dionisio (figura tras la cual se esconde Ayanta, la hija de Dragó) y el propio Fernando Sánchez Dragó, conocido como hermano de horoscopo del protagonista.

Lo que más me ha hecho gozar la lectura del libro es su estilo. Dragó era un animal de la comunicación. Su torrente verbal era algo excepcional. Pues su escritura no se queda atrás. Por momentos tenía en mi cabeza la voz de Dragó, narrándome el libro. Es un estilo entre alambicado y barroco. Experto conocedor del castellano, sus frases se construyen con infinidad de adverbios y sinónimos. Pero a pesar de la complejidad no se guarda usos populares. Dragó es un erudito que te habla de la mística del culto a Isis y al mismo tiempo te habla de las redondas que eran las tetas de la azafata de su vuelo. Un auténtico torrente literario.

La prueba del laberinto a sido una agradable sorpresa. Confundido por una sinopsis engañosa de la contraportada, que me vendía una especie de novela de aventuras a lo Indiana Jones, acabó siendo una suerte de reflexión sobre la influencia de oriente, el sentido del viaje y Jesús. Una novela que se lee de un tirón, gracias a el buen hacer de Dragó, que maneja el lenguaje con gracia y sapiencia. Un triste descubrimiento de una autor recién fallecido, que no solo creo una reputación de pensador libre, agitador incorregible o batallador incansable, si no que lo hizo haciendo lo que mejor sabía hacer: escribir. Descanse en paz.


Fernando Sánchez Dragó (1936-2023)

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