De prisiones, putas y pistolas, Manuel Avilés

"En los locutorios de la prisión de Alcalá Meco, en enero de 1993, descubren que tres presos etarras -Iñaki de Juana Chaos, Esteban Nieto y Joseba Artola Ibarretxe- junto con sus dos abogados, tan etarras como los anteriores por lo que oí en las cintas -Txemi Gorostiza y Arantza Zulueta-, han planeado y ordenado mi muerte. En esta historia truculenta me ha tocado bailar con la más fea y quieren que yo sea el fiambre. Soy un obstáculo para la liberación de la Nación Vasca, dicen, y tengo sobre mi pescuezo la espada de Damocles". De prisiones, putas y pistolas.


Vuelve un nuevo libro de mi admirada colección de crónica negra de la editorial Alrevés, capitaneada por Marta Robles, con un título que llevaba tiempo esperando para leer, pues no encontré ningún ejemplar en mis librerías habituales. Pero, gracias al de arriba, hace poco se celebró en mi ciudad La Feria del Libro y la editorial tuvo su propia caseta. Viendo que todos los volúmenes de la colección estaban allí, aprovechando una quedada con amigos no lo dude y me hice con el libro que me faltaba. Y vaya lectura, que libro más divertido y entretenido. Un libro escrito por el protagonista de uno de los momentos más importantes de nuestra historia reciente. Sin más y con mucho gusto, esto es: De prisiones, putas y pistolas de Manuel Avilés.

Pero antes un poco de contexto. Durante años en España no había día que los telediarios no dieran alguna noticia de un asesinato, un atentado con bomba, un secuestro perpetrado por la banda terrorista ETA. Esta organización asesina luchaba por la independencia del País Vasco a base de bombazos y tiros en la nuca, mientras sometían a su propio pueblo con el terror y la extorsión. Varios gobiernos intentaron acabar con la banda con la ayuda de las fuerzas del orden, hasta que por fin, en el año 2011 cesaron los ataques. 

Pero una de las principales causas del principio del fin de ETA fue la idea de dos hombres inquietos y decididos, que idearon un plan para demostrar que dentro de las cárceles se empezaban a mostrar voces discordantes dentro de la banda ante las atrocidades cometidas. Y así empieza esta historia, con un traslado. 

Manuel Avilés, es un joven funcionario de prisiones que con su inteligencia y desparpajo había sido nombrado Jefe de Servicios de la prisión alicantina de Foncalent. Para el autor el recuerdo de su tiempo en esa prisión le hace erizar la piel. Un lugar sucio y atestado de lo peor de la sociedad. Un sitio donde cada día podría convertirse en el último. Avilés nos narra una vivencia que puso su vida al filo de una navaja. 

Prisión de Foncalent, Alicante.

La cosa empezó con un ataque que sufrió con una interna que, armada con un cuchillo prefabricado le hirió en la mano y para colmo, le pegó un bocado atroz en el brazo. Durante días el director vivió un calvario por la desesperanza de saber si había sido contagiado por el VIH, la terrible enfermedad del sida que tanto daño hizo en los noventa. Al final las pruebas dieron negativo. 

Por estas y otras hazañas, llegaron a odios del entonces secretario general de Instituciones Penitenciarias, Antonio Asunción, quien vio en Avilés el hombre adecuado para llevar a cabo la dirección de una prisión. Con una llamada de teléfono y una reunión en Madrid, Avilés se vió en la tesitura de aceptar la oferta de ser nombrado director de la prisión de Nanclares de la Oca en Álava. Echándole redaños aceptó.

Una de las grandes manías del nuevo director es, prisión que aterriza, limpieza exhaustiva al momento. Cosa que hizo en Nanclares. Usando a un preso montado en una máquina pulidora, que de forma disimulada, sería sus ojos y sus odios. En esa prisión había un grupo de presos al que tener una especial atención. Agrupados en el módulo 4, un numeroso grupo de etarras hacían vida en grupo en la prisión. Etarras había en casi todas las cárceles de España, la llamada dispersión, cosa que buscaba que dentro de los muros no hicieran piña entre ellos y evitar las órdenes de la cúpula de la banda. 

Prisión de Nanclares de la Oca, Álava.

Pero en Nanclares había un grupo muy numeroso de ellos. Allí son vigilados por el Colectivo para que no se salgan de las directrices de la banda, funcionando como una especie de secta sin posibilidad de oposición. Un solo pensamiento rige las mentes de los terroristas y las dudas o discrepancias son silenciadas con el miedo al  ostracismo, la coacción, las amenazas, llevadas a cabo por las visitas constantes de los abogados/etarras que los amedrentan. Pero dos atentados empezaron a mermar esa línea de pensamiento único.

Octubre de 1991. ETA sigue escribiendo su historia sangrienta con atentados injustificables, sembrando muerte, dolor y horror a partes iguales. Pero esta vez han sobrepasado líneas rojas inadmisibles. Si la muerte de policías, militares o guardias civiles ya es deplorable, cuando entran los niños todo se vuelve demoníaco. Irene Villa de doce años sufre la terrible perdida de su madre y la cruenta mutilación de sus piernas. Un guardia civil arranca su coche cuando explota con sus dos hijos gemelos de menos de dos años. Moriría uno de ellos. El porque de esas muertes, la independencia de un territorio. Un sinsentido. Un crimen. Una locura. 

Manuel Avilés, destrozado y horrorizado decide que como es posible que estos monstruos asistan impasibles a cosa tan malvada. Así, con la ayuda de Asunción, idean un plan para grabar las conversaciones de los etarras y sus familias, pues sospechan que hay críticas dentro de los presos etarras.

Y el resto fue historia. Las grabaciones iniciaron un terremoto sin precedentes mostrando que dentro de una organización tan dictatorial como ETA habían discrepancias ante las acciones sangrientas que se cobraban la vida de inocentes. La llamada "Vía Nanclares" supuso el principio del fin de la banda terrorista. Y todo gracias a dos hombres valientes que se jugaron el pellejo. 

Avilés es un narrador como la copa de un pino. Escribe desde las entrañas, sin ningún tipo de censura, nos narra la historia con un lenguaje ameno y directo como un trago de vodka. Haciendo el uso narrativo de que acude a la consulta de un médico por un cáncer, que hoy ya está más que superado, el narrador le cuenta a un facultativo mudo que toma notas sin parar, mientras se queja de su nula atención. 

Pero la gran protagonista de este libro es la amistad entre Avilés y Asunción. Entre los dos se formó una estrecha unión basada en una confianza férrea y ciega, siendo los dos aliados inseparables en una misión tan peligrosa. Antonio Asunción murió en 2016 de un cáncer de esófago a los 64 años junto a su fiel amigo Manuel Avilés. 

Antonio Asunción Hernández (1951-2016)

De prisiones, putas y pistolas es sin duda uno de los mejores libros de la colección "Sinficción". Un libro que trata una de las operaciones más arriesgadas para desmembrar la banda terrorista ETA, cierto es que costó pero al final se consiguió que acabaron con ellos. La Alianza entre Avilés y Asunción, dos hombres con un destino, fue más que imprescindible para lograrlo. Y este libro es el testimonio de primera mano de uno de sus protagonistas. Un libro que se lee con una sonrisa, por el lenguaje lenguaraz y cercano de su autor, con una mueca de horror por las atrocidades cometidas por esos asquerosos asesinos, y con un sentimiento de orgullo al ver como con las armas adecuadas que tiene la democracia se consiguió acabar con ellos. Uno de mis favoritos sin duda. Un librazo. 


Manuel Avilés (1954-)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mala letra, Sara Mesa

El perfume, Patrick Süskind

El crimen de los Galindos. Toda la verdad, Juan Mateo Fernández de Córdova