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Mostrando entradas de septiembre, 2025

Las madres, Carmen Mola

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"¿Quién eres?, es la primera pregunta que le asalta a ella. Su rostro, pese a la muerte, está como congelado en un último instante de vida y de dolor. La barba descuidada, sucia de sangre como barro, la boca entreabierta en ese rictus que trae a la memoria de Elena el cuadro de Bacon, como si su última exhalación hubiera sido un grito. Los ojos tienen el velo grisáceo de la muerte, pero siguen abiertos, mirando ¿qué? Quizá a quien le hizo esto. Debe de rondar los treinta años, puede que algunos más, está desnudo y atado a una silla. Una metálica, como la de cualquier terraza de bar, ríos de sangre seca ensucian las patas. Su sexo cuelga débil entre las piernas abiertas. Justo encima de él, empieza la cicatriz que asciende hasta el esternón. Mal cosida, la rigidez del cadáver ha destensado los puntos y, por debajo de la carne inflamada, se atisba su interior. Esta fue la razón por la que se avisó a los expertos en explosivos. ¿Qué hay dentro de ese cuerpo?". Las madres.  Confo...

Los cautivos y otros relatos del Oeste, Elmore Leonard

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Eugene se levantó de la mesa con aíre vacilante, echando hacia atrás su silla; sonreía mientras se iba metiendo puñados de billetes en los bolsillos del pantalón. En dos horas había ganado hasta el último centavo de dinero de Deke y Rich Miller. Ellos se quedaron sentados, mirándole hoscamente, pensado en lo estúpido que era intentar recuperar todas tus perdidas en un par de manos. Eugene tomó otro trago de la botella, enjugó la boca y se quedó mirándoles, pero solo sonrió. —¡Sonny! —llamó al mexicano apoyado junto a la ventana—. Tu turno para el desplume. El mexicano meneó la cabeza. —No podría hacer frente a esa suerte. —¡Ven aquí! Sonny Álvarez volvió a menear la cabeza y sonrió. Harlan le miró fijamente, frunciendo el ceño. —¿Vas a jugar? —¿Por qué te iba a dar mi dinero? —Si no vienes iré a por tí. El mexicano no sonrió ahora y la habitación quedó en silencio. Rich Miller empezó a levantarse, pero Deke se le adelantó. —Gene, siéntate ya —dijo Deke con voz tensa. Eugene pisó el rec...

El puente de los asesinos, Arturo Pérez-Reverte

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"Llegado a Rialto, Diego Alatriste cruzó el puente sorteando mendigos, ganapanes, vendedores y ociosos. [...] No era Alatriste, sin embargo, hombre inclinado a admirar curiosidades ni asombros. Ni siquiera Venecia con sus palacios, mármoles y riquezas a la vista, lo impresionaba un cuatrín. El mundo era un lugar por el que se movía de un campo de batalla a otro, de un lance al siguiente. La belleza de los monumentos, la delicadeza del arte, el mármol y los lienzos pintados no le daban ni frío ni calor. Ni siquiera a la música resultaba sensible. Solo el teatro, al que como español era aficionado, y los libros, que ayudaban a sufrir con paciencia los malos trances, movían su interés y le proporcionaban ciertas blanduras al espíritu. El resto de las cosas las ordenaba en función de su utilidad práctica, elemental. Casi espartana. Educado a sí mismo en el despojo de la guerra y los desastres, se aderezaba con poco: cama si la había, una mujer en ella cuando era posible, y una espada ...

La vuelta al mundo en ochenta días, Julio Verne

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"Phileas Fogg, al dejar Londres, no sospechaba, sin duda, el ruido grande que su partida iba a provocar. La noticia de la apuesta se extendió primero en el Reform-Club y produjo una verdadera emoción entre los miembros de aquel respetable círculo. Luego, del club la emoción pasó a los periódicos por la vía de los reporteros, y de los periódicos al público de Londres y de todo el Reino Unido. Esta cuestión de la vuelta al mundo se comentó, se discutió, se examinó con los misma pasión y el mismo ardor que si hubiese tratado de otro negocio del Alabama. Unos se hicieron partidarios de Phileas Fogg; otros—que pronto formaron una considerable mayoría— se pronunciaron en contra de él. Realizar esta vuelta al mundo de otra suerte que en teoría o sobre el papel, en este mínimo de tiempo, con los actuales medios de comunicación, era no solamente imposible, era insensato. " La vuelta al mundo en ochenta días. Julio Verne era uno de esos autores clásicos (cuya lista es sonrojante) falta...

El Señor de las Moscas, William Golding

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"—Vamos a votar. —¡Sí! —¡A votar por un jefe! —¡Vamos a votar...! Votar era para ellos un juguete casi tan divertido como la caracola. Jack empezó a protestar, pero el alboroto cesó de reflejar el deseo general de encontrar un jefe para convertirse en la elección por aclamación del propio Ralph. Ninguno de los chicos podría haber dado una buena razón para aquello; hasta el momento, todas las muestras de inteligencia habían procedido de Piggy, y el que mostraba condiciones más era Jack. Pero tenía Ralph, allí sentado, tal aire de serenidad, que le hacía resaltar entre todos; era su estatura y su atractivo; mas de manera inexplicable, pero con enorme fuerza, había influido también la caracola. El ser que hizo sonar aquello, que les aguardó sentado en la plataforma con tan delicado objeto en sus rodillas, era algo fuera de lo corriente." El Señor de las Moscas. Mi padre me dijo una vez que si dos personas naufragan en una isla desierta, una acabará imponiéndose sobre la otra. Qu...