Misión en París, Arturo Pérez-Reverte

"Es extraño. A pesar del tiempo trascurrido, ahora que hace tanto que ni el capitán Alatriste ni su áspero mundo existen ya, después de verlo innumerables veces peleando espada en mano tan duro, peligroso y magnífico como siempre fue, hay algo que puedo asegurar a vuestras mercedes: cuando desde mi largas vejez pienso en el hombre extraordinario que de tal modo marcó mi juventud y mi vida, la imagen repetida acude a mí memoria no es la del batir de aceros en campos de batalla o callejones oscuros [...] Lo que siempre acude primero a mí recuerdo es la estampa que esa noche en París, igual que tantas en otros lugares, registraron mis ojos: Diego Alatriste desabrochado el jubón, un poco inclinada la cabeza, estiradas las piernas aún calzadas con las viejas botas, sentado a una mesa con una botella enfrente y un vaso en la mano, absorta en el vacío la mirada turbia de sus iris glaucos; allí donde se veían danzar como diablos familiares su áspera vida, su fría soledad, sus crecidas muertes y sus innumerables remordimientos". Misión en París.



¡Albricias camaradas! El capitán Diego Alatriste está de vuelta tras unas buenas y merecidísimas vacaciones. Quince años nada menos. Su autor don Arturo Pérez-Reverte ha traído de vuelta al mejor de sus hijos literarios en la que es una de sus mejores aventuras. Una peligrosa misión que lo llevará a la capital francesa donde se topará con unos celebérrimos espadachines. Con muchísimo gusto os presento: Misión en París de Arturo Pérez-Reverte. 

Ha pasado un año de la misión veneciana y el poeta don Francisco de Quevedo ya tiene otra preparada para el capitán. Esta vez deberá ir junto a Íñigo Balboa, ya convertido en todo un correo real y Sebastián Copons, a la ciudad de París donde les aguarda Álvaro de la Marca, conde de Guadalmedina. Quevedo y el conde les presentarán a un cordobés llamado Juan Tronera, quién parece tener algo relacionado con el pasado del capitán. Los cuatro deberán prepara una de las misiones más peligrosas, no solo para sus pescuezos, si no para el propio devenir de la Europa misma, pues mientras el imperio de su Católica Majestad Felipe IV tiene visos de una decadencia imparable, la Francia de Luis XIII empieza a recoger el testigo de la hegemonía europea. 

Y para ello, aprovechando que una futura guerra entre españoles y gabachos está pausada por la guerra con los protestantes hugonotes en la Rochela, el conde-duque de Olivares, valido del rey nuestro señor, va a dar un golpe anticipado al enemigo secuestrando a la mente maestra que maneja los hilos del rey francés: su eminencia el cardenal Richelieu. Y hasta aquí puedo seguir. Solo decir que durante la aventura parisina, Alatriste cruzará espadas con ciertos mosqueteros de todos conocidos y el bueno de Íñigo volverá a reencontrarse con la mujer que más a odiado y amado al mismo tiempo, Angélica de Alquézar, la bella y sibilina sobrina del más más mortal enemigo del capitán Luis de Alquézar.

Misión en París demuestra porque la saga del capitán son de lo mejor de la obra del académico cartagenero. Cualquiera diría que han pasado quince años desde la última novela, pues todo se siente fresco, como si solo hubiera pasado un año al igual que en la ficción. En mi caso como hace poco que la leí no he sentido tanto la ausencia. Pero hay algo que si ha cambiado y ese es el capitán. 

Conforme los años y las cicatrices van madurando al soldado, su ánimo va volviéndose más descreído y oscuro. Quién camina por la vida con la vista siempre atenta a cualquier peligro y la espada inquieta en la vaina presta a salvarle a uno el pellejo, es normal que el alma vaya curtiéndose, volviéndose más dura, más oscura. Alatriste ya no es el mismo soldado de fortuna, veterano de los tercios, que conocimos por las calles del Madrid de los Austrias, los campos de batalla, los duelos en los callejones, los asaltos corsarios, las intrigas palaciegas lo han vuelto más descreído, más cínico, más sombrío. A través de Tronera descubriéramos un episodio oscura de la biografía del capitán que en los momentos de calma, cuando Alatriste descansa, con sus fríos y glaucos ojos mirando la nada, reconcome su conciencia.

El que también ha pegado un cambio tremendo es nuestro querido narrador Íñigo Balboa. Ya no queda nada de aquel mozalbete huérfano de padre, llegado desde su Guipúzcoa natal para entrar al servicio de capitán, tan lleno de vida, presto a seguir el camino de la milicia como su padre muerto. Ahora lo vemos en sus años mozos, flamante correo de Su Majestad, más maduro pero igual de impetuoso, como se verá por su duelo con un conocido mosquetero. Aquí vuelven a despertarse sus más encendidas pasiones por Angélica, la mujer que tanto daño y tanto amor le ha provocado. 

Es hora de hablar de los invitados especiales. Pérez-Reverte siempre ha dicho que su vida literaria comenzó siendo un chavalín de ocho años, cuando devoró las grandes obras de Dumas, Stevenson, Salgari, etc. Sin las aventuras de Athos, Porthos, Aramis y D'Artagnan no hubiéramos tenido a uno de los mejores escritores de nuestra lengua (y uno de mis predilectos). Pues ahora, ya en la vejez, con los setenta y cuatro bien puestos, ha vuelto a ser ese niño trayendo a los héroes de su infancia y juntarlos con su héroe, cerrando un círculo entrañable. Los míticos cuatro mosqueteros hacen varias aparición que hacen saltar de emoción a todo amante de la literatura, pues es un gozada ver el cruce de espadas tanto de Athos con Alatriste, como de Íñigo y D'Artagnan. 

Don Arturo siempre a dicho que las aventuras de Alatriste son un repaso de la historia de España, de aquel imperio donde ya empezaba a ponerse el sol, con sus luces y sus sombras. Aquí nos lo muestra en la pugna entre las dos manos derechas de los reyes más poderosos de Europa. Por un lado el conde-duque de Olivares, todopoderoso valido del Cuarto Felipe, quién intenta por todos los medios achicar el agua que inunda la Monarquía Hispánica. Un imperio carcomido por la desidia de un rey mas centrado en la caza y los placeres carnales, siempre encerrado en el Alcázar de Madrid, y la voracidad de los innumerables parásitos que desangran de manera inmisericorde a ese viejo león hispánico, que aunque viejo y enflaquecido, sigue irguiendo orgulloso su real testa. Y por el otro lado la incipiente potencia francesa, con Luis XIII como rey comprometido con sus campañas militares, bajando al barro y armado, y con el todopoderoso cardenal como mano que maneja los hilos del poder francés. Si mientras el valido español se desgasta por sus intentos de salvaguardar la hegemonía española, Richelieu maneja las piezas con frío calculo para colocar a su nación como el epicentro de la influencia en el viejo continente. Un imperio que se deshace y un reino que se alza.  

Qué maravilla ha sido volver a ver al capitán y sus amigos caminar bajo la sombra de la imponente Notre Dame. Lo he disfrutado en grande como todas las novelas de la serie. Don Arturo Pérez-Reverte ha dicho que le queda un libro más en la recámara, si la salud se lo permite podría ampliar las aventuras del veterano soldado del Tercio Viejo de Cartagena. Esperemos que no tarde otros quince años. ¡Larga vida al capitán Diego Alatriste y a don Arturo Pérez-Reverte!



Arturo Pérez-Reverte (1947-)

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