Meridiano de sangre, Cormac McCarthy
No es país para viejos, un viaje al corazón de la brutalidad en la que el hombre se vuelve cazador y presa, con una adaptación magistral por parte de los hermanos Coen y La carretera, un giro de la novela post-apocalíptica, dónde lo que prima es el instinto de supervivencia del ser humano y como es capaz de sobreponerse a las situaciones adversas. Con estas dos lecturas entró a formar parte del "Grupo de Hemingway", el subgrupo de escritores que me encantan, pero no llegan al nivel de adoración de los "12". Y con la tercera novela suya que leo, no ha hecho más que confirme lo enorme escritor que es. Damas y caballeros les presento: Meridiano de sangre.
Siglo XIX, del estado de Texas parte un grupo paramilitar hacia la frontera, contratado por las autoridades de México para acabar con las tribus indias. El grupo Glanton, capitaneado por el capitán John Joel Glanton, compuesto por inadaptados y criminales que llevarán el horror, la muerte y la violencia haya por donde pasen. Y sobre ellos flotará la imagen del juez Holden, un ser misterioso y fantasmagórico. Todo ello visto a través de un protagonista anónimo conocido como el "chaval".
Durante toda la lectura de la novela he tenido una sensación constante de viaje. Pues la novela es un viaje, el grupo se mueve por lugares inhóspitos y alejados de la mano de Dios. Grandes llanuras desérticas, pueblos perdidos donde deambulan borrachos y prostitutas y escarpadas y mortales laderas de montañas. Un mundo cruel y peligroso en el cual la banda de asesinos campa a sus anchas. El territorio está bien delineado, con unas descripciones precisas que nos trasportan hacia esos lugares.
La novela es violenta. Escenas de extrema crudeza se suceden con una poesía tétrica. McCarthy no se anda con reparos a la hora de contar los detalles más escabrosos. Cuerpos desmembrados, mutilados, quemados, cabelleras cortadas; disparos que revientan ojos, cuchilladas que cercenan dedos. La violencia es el único lenguaje que entienden los miembros de la banda. La sangre corre a borbotones, como un torrente desbocado.
Un protagonista sin nombre es el motor de la novela, cuyo desarrollo vamos recorriendo junto a él. Nombrado simplemente como el "chaval", su transformación es notable. La destrucción de la inocencia y el endurecimiento de cuerpo y alma a través de las heridas mal curadas y borracheras tremendas. El "chaval" parece haber nacido para desenvolverse en ese mundo cruel y violento, pues a penas se inmuta ante las acciones que realiza para el salvaje escuadrón de muerte.
El grupo Glanton, manada de bestias sedientas de destrucción y sangre, banda de filibusteros rapaces, cazadores de hombres. Fantasmas que encarnan al ángel exterminador, segando las vidas de los pobres que se crucen en su camino. Algunos entablaran una suerte de amistad con el protagonista, un vínculo que entablan los que sobreviven en el infierno. Todos ellos serán liderados por el capitán John Joel Glanton. En el se canalizan todos los males del grupo. Su liderazgo cruel y sin fisuras, llevará a sus hombres a cumplir sus órdenes sin miramientos. Cruel, desalmado y avaricioso.
Pero sobre todo el grupo, se mueve una figura siniestra y fantasmal, que ejercerá sobre ellos una influencia malsana y oscura: el Juez Holden. Si Anton Chigurh, el asesino de No es país para viejos ya era terrible, el juez no se queda atrás. De complexión enorme, sin un solo pelo que recorra su cuerpo albino, y un aplomo fatal que oculta una naturaleza violenta y sádica. En la novela se deja entrever unas connotaciones pedófilas, presentándolo más aberrante. A lo largo de la novela suelta una serie de discursos retorcidos de su retorcida visión del mundo. Justificando la propia maldad del ser humano ante el caos de la madre naturaleza. La presencia del juez pone los pelos de punta con cada aparición, pues en ocasiones da la sensación de ser un ente maligno, capaz de estar en varios lugares a la vez.
Meridiano de sangre es sin duda una obra maestra. Cormac McCarthy construye un relato violento, crudo y descarnado, un wester digno de una película de Peckinpah, con la prosa propia del autor estadounidense, ausente de guiones de diálogo. Solo Cormac McCarthy podría encontrar poesía en historias truculentas y brutales.
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