Moli
Moli
A mi abuela.
─Oye abuela.
─Dime.
─¿Tú has tenido alguna mascota de pequeña?
Mercedes, la abuela, se seca las manos con el delantal, mientras se gira para mirar a su nieto.
─Sí─dice acercando una silla a la mesa de la cocina, donde su nieto colorea un libro.
─¿Y qué tuviste?
─Una perra. Bueno más bien era de tus bisabuelos.
─¿Y cómo se llamaba?
─Moli.
─Que bonito.
─Para un perro bonico, un nombre bonico.
Pedro, el nieto, sonríe, al ver a su abuela sonreír.
─¿Y cómo era?
─Pues...era de color marrón, Tenía el rabico corto, y las paticas cortas, pero muy rapidas. Detrás de las gallinas corría que se las pelaba. Más buena y sobre todo lista, más lista que el hambre.
─¿Qué hacía?
Mercedes, sonríe otra vez. Los recuerdos vienen a su cabeza en tromba. Aquellos días lejanos, en la finca de sus padres. El olor de las reses de su padre, que mugían lentamente en las tardes de verano. Su madre, dando de comer a las gallinas.
─Pues mira─Mercedes se coloca más cómoda en la silla y coge la mano de su nieto─. Mi padre, tu bisabuelo Ángel, se levantaba muy temprano. Siempre hacia igual, se afeitaba, se emperifollaba.
─¿Qué eso?─pregunta su nieto.
─Que se ponía guapo. Porque lo era. Un hombre altísimo. La colonia que se echaba llegaba hasta las habitaciones. Y mientras tomaba el café, Moli estaba a sus pies, sentada, con la barriga bien llena de su desayuno. Y cuando se iba le decía: “Moli, hasta luego. Despierta a los zagales”. Y ella iba cama, por cama y nos despertaba. No ladraba, si no que se ponía de pie y con las paticas nos llamaba. Y todos en pie.
─Que graciosa.
─Más buena. Toda la casa y los vecinos la querían. Era como la Linda, ¿te acuerdas?
─No.
─Eras muy chico. La linda era la perra que tuvimos tu tía y yo hace tiempo. Pobretica que mal final tuvo, pero que lista era. Cuando me ponía a barrer la puerta le decía, Linda, vigila, y se quedaba sentada en el portal y no se meneaba. Más buena.
─Cuentame más de Moli.
─Pues después de que se fuera mi padre ella se iba, como tenía terreno para correr. Si que es verdad que no me gustaba que se perdiera, por si se metía en algún bancal ajeno, que no molestará. Y luego llegaba la hora de comer. Mi madre, mientras preparaba la comida la llamaba. “¡Moli!” Y ella venía y le decía: “Moli, mira que hora es. Enseguida vas a por el papá”. Y se quedaba sentada mirando el reloj.
Pedro se ríe, imaginando a la perra sentada mirando el reloj. Pero si los perros no saben que dicen los relojes, piensa. Su abuela le acompaña en la risa.
─¿Qué te estaba diciendo?─pregunta su abuela
─Que Moli se quedaba mirando el reloj.
─Ah sí─Mercedes vuelve a sentirlo, esas perdidas de memoria que le suceden de un tiempo a esta parte. Son perdidas del hilo puntuales, momentos que se le va el santo al cielo─. Bueno pues cuando quedaba poco para que llegará la hora de que volviera mi padre, yo le decía: “Moli, corre a por el papá”, y salía pitando para el final del carril a esperarlo. Yo la veía sentarse y esperarlo. Y cuando lo veía se ponía contentísima. Y los dos venían y a comer. Pobretica.
─¿Por qué?
─Se quedó cojica y ya no corría como antes.
─¿Qué le pasó?
─Nada, cosas que pasan─su abuela no quiere contarle que un día, Moli se metió en el bancal de un vecino, que era un cura primo lejano de su padre. Y sin comerlo ni beberlo le pegó un tiró, destrozándole una pata de un perdigonazo. Mala sombra de cura.
─Venga─dice su abuela─, recoge y meteté para dentro.
Pedro obedece a su abuela. Coge los lapices y el libro y se va hacia el salón. Mercedes termina de fregar los platos. En su cabeza quedan retazos de lo que le acaba de contar a su nieto. Ve a la Moli, sentada en la cocina, que bonica era, piensa. Sorprendida ve como, la cara de sus padres empiezan a nublarse.
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