El oro del rey, Arturo Pérez-Reverte
El otro día pusieron en la tele la adaptación que hicieron del personaje más famoso del genial (y uno de mis favoritos) novelista don Arturo Pérez-Reverte, el capitán Alatriste. Alatriste dirigida por Agustín Díaz Ya es fue un acontecimiento cinematográfico patrio, siendo una de las películas más caras de la historia y protagonizada por una estrella internacional.
La vi en su momento y comprendí las quejas al instante. La película hacia mezcolanza las cuatro novelas (se saltaban la segunda) en una sola historia que presentaban más fallos que virtudes. La historia apenas se centraba en una cosa y los sucesos y los personajes salían y a abandonaban la escena con mucha rapidez, resultando la narración confusa y acelerada. Y por años la aborrecí por lo que habían hecho con una de las mejores sagas de aventuras patrias. Hasta el otro día.
Decidido a darle otra oportunidad me senté a verla, precedido por una mini entrevista al actor protagonista Viggo Mortensen. Y he de decir que fue una revelación. Me vi de pronto absorbido por las impresionantes imágenes que me trasladaron a aquella vieja y decadente España de los Austrias, hipnotizado por la bella música del gran compositor Roque Baños (paisano de servidor), y me enamoré de la actuación de Viggo como el capitán. El argumento sigue teniendo sus fallos, pero la película lo arregla con creces con todas sus otras virtudes.
Y diréis: ¿qué narices nos está contando este? Pues que de ver las aventuras del capitán en movimiento me entraron ganas de leer una de sus libros. Y como ya había pasado tiempo desde que leí Las aventuras del capitán Alatriste, Limpieza de sangre y El sol de Breda, ahora he vuelto a viajar en el tiempo gracias a la magnífica pluma del maestro cartagenero y acompañar al viejo soldado de los Tercios y su inseparable mozo y compañero, en otra de sus aventuras. Con gusto os presento, que la presentación se hace larga: El oro del rey de Arturo Pérez-Reverte.
1626. Tras la toma de Breda los soldados retornan a la patria. Diego Alatriste y su fiel mozo Íñigo Balboa, ya curtido por las experiencias bélicas y la pronta adolescencia, regresan al hogar. En tierra andaluza, el capitán recibe un mensaje de su gran amigo y leal espada, el gran poeta don Francisco de Quevedo. Este le indica que deben verse en Sevilla.
Allí, junto a Álvaro de la Marca, conde de Guadalmedina, otro buen amigo del capitán, les encomiendan una peligrosa misión. El oro que viene de las Indias sufre numerosos peligros en su periplo desde el Nuevo Continente y las Españas: piratas, corsarios ingleses y flamencos. Pero aún así, no está a salvo en tierras hispánicas. La corrupción (mal tan antiguo como la vida misma), mueve a avispados ambiciosos que aprovechan las dejadeces de la administración y lo fácil que es untar manos dispuestas a recibir una golosina a la chita callando, para enriquecerse. Por eso el conde-duque de Olivares, poderoso valido del rey Felipe IV, propone llevar a cabo una misión para recuperar el oro
El capitán Alatriste tendrá que reclutar a un grupo de espadachines para llevar a cabo el abordaje de un barco holandés el Niklaasbergen y llevarlo a tierra. A partir de ahí (no cuento más por no arruinar la experiencia) la novela nos regalará unas escenas de batallas increíbles, duelos apasionantes, encuentros con viejos enemigos, todo ello con la monumental y fascinante ciudad de Sevilla de fondo.
La valiente compañía de bravos espadachines es una de las mejores cosas de la novela. Alatriste recorre los bajos fondos sevillanos para reclutar a hombres aguerridos, una banda de jaques criados en el filo de la espada, soldados de fortuna que mueven sus voluntades al son de un bolsa repleta de tintineantes monedas.
La mesnada del capitán la conforman gentes como Sebastián Copons, compañero de armas y buen amigo del capitan; Juan Jaqueta viejo compañero de espada del capitán de los tiempos de Nápoles; Sangonera, un soldado diestro de manos y pies; el mulato Campuzano, fuerte y discreto; Ginesillo el Lindo y Guzmán Ramírez; El murciano Pencho Bullas, Enríquez el Zurdo y Andresito el de los Cincuenta; Bravo el de los Galeones, los marineros Suárez y Mascarúa, el malencarado Bartolo Cagafuego y un hidalgo llamado el Caballero de Illescas. Mención especial para dos de ellos llamados Saramago el portugués y Juan Eslava, conocido como el Galán de la Alameda, referencias deliciosas a dos grandísimos escritores (y muy queridos míos) que me han hecho sonreír.
La otra gran protagonista sin dudas en la ciudad de Sevilla. La bella ciudad del Betis fue en su tiempo el gran puerto del imperio español. A sus puertos llegaban los barcos que traían las preciosas mercancías de las Indias. Por sus calles nos trasladará el autor, pasando por el barrio de Triana, el Real Alcázar, la Cárcel Real, el Corral de los Naranjos, que maravillaran a nuestros protagonistas.
El oro del rey sigue demostrando lo bueno que es don Arturo. Se nota lo mucho que le gusta transportarnos a aquella España, ese gran imperio que comenzaba a decaer ante su propia fatalidad. Las quejas del bueno de Íñigo en su narración nos demuestran que pasados los siglos, esta España mía, esta España nuestra sigue siguiendo igual, con sus grandes pecados y sus inmensas virtudes. Las escenas de duelos y batallas son apasionantes, vibrantes, marca de la casa del autor. Me lo he pasado pipa leyendo el libro y ya ardo en deseos por leer las tres novelas que quedan. ¡Que viva el capitán Alatriste y su autor don Arturo Pérez-Reverte, pardiez!
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