El Buscón, Francisco de Quevedo

"Llegó el día de apartarme de la mejor vida que hallo haber pasado: ¡Dios sabe lo que sentí el dejar tantos amigos y apasionados, que eran sin número! Vendí lo poco que tenía de secreto, para el camino, y con ayuda de unos embustes hice hasta seiscientos reales. Alquilé una mula y salime de la posada, adonde ya no tenía que sacar más de mi sombra. ¡Quién contará las angustias del zapatero, por lo fiado; las solicitudes del ama por el salario; las voces del güésped de la casa, por el arrendamiento! Uno decían: “Siempre me lo dijo el corazón”. Otro: “Bien me decían a mí que este era un trampista”. Al fin salí tan bienquisto del pueblo, que dejé con mi ausencia a la mitad dél llorando y a la otra mitad riéndose de los que lloraban".
El Buscón.




Tras el tremendo exitazo que tuvo la salida de la imprenta la "vida" de Lázaro de Tormes, el boom de la novela picaresca, orgullo de nuestra literatura patria, fue imparable, surgiendo nuevos pícaros que mostraban la hipocresía de su tiempo, unos con más mala leche que otros, y otros más moralizantes que otros. Pero hubo un pícaro cuyo cometido al narrar su vida y milagros fue hacer reír. Este sinvergüenza encantador nos relata sus peripecias, a cada cual más estrambótica que la anterior, en donde el humor más ácido deforma la España del siglo XVII a través de la carcajada. Y el  hombre detrás de la novela, aunque siempre negó su autoría, estaba el más canalla de nuestros poetas. Esto es: Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños de don Francisco de Quevedo.

Nuestro protagonista Pablos nace en Segovia hijo de un ladrón y una bruja y aprenderá desde su juventud lo malo que es pasar hambre. Al ponerse al servicio de un señor, Pablos y don Diego, el hijo de este,  entrarán a la escuela del dómine Cabra, quién enseña latinajos mientras mata de hambre a los pobres desgraciados de sus alumnos. Tras meses de una hambruna casi mortal, Pablos acompaña a don Diego a Alcalá para estudiar gramática. Allí será víctima de la maldad de los estudiantes que lo harán objeto de las más crueles novatadas, resaltando una bastante escatología muy del gusto del autor. Para sobrevivir en ese ambiente hostil Pablos desarrolla una capacidad para el engaño para satisfacer sus caprichos. Tal es la fama de embaucador y embustero que el padre de su señor le ordena acabar el servicio de Pablos como criado para alejarlo de su mala influencia. Pablos recibe una misiva de un tío suyo, de oficio verdugo, dándole la noticia del ajusticiamiento de su padre, por su propia mano, y el encarcelamiento de su madre a la espera de un auto de fe (morir en la hoguera). Pablos decide volver a Segovia para reclamar lo poco que sea suyo. 

Por el camino irá encontrando a un grupo de personajes a cada cual más estrafalario: un bocazas que cree que sus ideas estrambóticas, como secar el mar con esponjas, favorecerán al rey en su lucha contra el holandés; un maestro de esgrima tan arrogante como cobarde; un fraile con ínfulas de poeta que ha dedicado un libro de octavas a las once mil advocaciones marianas; un soldado bravucón y un ermitaño, el cual les ganará lo poco que tienen haciendo trampas a las cartas; y un banquero genovés que servirá al autor de burla de esta lacra que sangraba a la Monarquía Hispánica con sus créditos desmedidos. 

Tras llegar a Segovia y ver los restos descuartizados de su padre, va a vivir con su tío el verdugo. Tras rechazar seguir el oficio de su familiar, Pablos toma su herencia y marcha a Madrid donde entra en una cofradía de rufianes. Alguien los delatará y acabarán con sus huesos en la cárcel, de la que saldrá gracias a sus mañas sobornando a diestro y siniestro. Huyendo acabará en una posada donde se hará pasar por un hombre rico, adoptando varios nombres. Intentará galantear a una dama pero recibirá a cambio una buena paliza por parte de su antiguo amo don Diego. 

Huyendo a Toledo donde nadie lo conoce funda una compañía de cómicos con algún éxito. Cansado de la vida honrada la abandona y se hace galán de monjas, lo que le acarreará algún que otro disgusto. Marchando a Sevilla se ganará el pan con el noble arte del manejo de la baraja y los dados. Pronto la justicia le seguirá los pasos llevándolo a acogerse a sagrado para escapar de la cárcel. En la iglesia tendrá trato íntimo con una mujer llama "la Grajales" la cual le propone cambiar de aires y hacer las Américas marchando a las Indias, lugar donde los descastados, maleantes, truhanes y fulleros intenta probar suerte alejados de la miseria y envidiosa España, pues como se solía decir: allí se ataban los perros con longanizas. Pero la novela termina con una nota cínica y amarga pues Pablos cuenta que en una futura segunda parte nunca escrita, que no le fue también, dado que: "nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres. 

La vida del Buscón es un prodigio de la comedia. Quevedo despliega todo un abanico de momentos cómicos usando todos los recursos del lenguaje como retruécanos, juegos de palabras y diálogos mordaces. También hay escenas de pura comedia física llena de palos y peleas. Pues esa es la única y última intención del autor: hacer reír.

Si las otras novelas picarescas buscaban criticar la sociedad de su tiempo y la hipocresía que imperaba, Quevedo lo que busca es que el lector se desatornille a basa de carcajadas, que se distraiga con la peripecias de su pícaro y sinvergüenza protagonista. Es increíble que lo que hacía reír en su época sigue haciendo gracia siglos después. 

Pablos, a diferencia de Lázaro quien se acomoda con un puesto fijo donde poder vivir honradamente, lo que busca es el ascenso social, prosperar como sea y a coste de quien sea. Sí para ello tendrá que engañar, estafar y robar lo hará. Pablos es el ejemplo claro de pícaro en toda la acepción de la palabra. Un buscavidas amoral cuyo propósito en la vida es vivirla a lo grande, gracias a sus trucos y artimañas. 

La otra característica de la novela es la terrible sátira que Quevedo hace de la España que le tocó vivir. Retratando con una mordacidad cruel su país, lleno del brillo de los oropeles del poder real, que ocultaba una misera decadente y asfixiante, creando ambientes costumbristas deformados por la sátira, llena de personajes estrambóticos. La salvación no tiene cabida en la novela, ni siquiera Pablos poniendo tierra de por medio es capaz de abandonaron su mala costumbre de vivir a costa de los demás. 

Francisco de Quevedo utilizó el género picaresco para burlarse cruelmente de la sociedad española del Siglo de Oro, escribiendo una novela ácida y cínica, simplemente brillante. 



Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

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