Poesía, Francisco de Quevedo
En las aventuras del Capitán Alatriste suelo nombrar a un personaje que, dentro de la ficción de las historias del veterano soldado, es de carne y hueso. Un gran aliado y fiel compadre del capitán que entre lances de espada lanza los mejores y más certeros versos del Madrid de los Autrias, con el permiso de su mortal y poético enemigo.
Don Francisco de Quevedo y Villegas fue sin duda una de las mentes más privilegiadas, brillantes y mordaces de la literatura del Siglo de Oro, un hombre que miraba al mundo a través de sus quevedos con una mirada entre cínica y vitalista, que no dudaba en decir aquello que iba mal en aquel imperio hispánico en decadencia, sin importale a quién pudiera molestar. Por eso, que mejor que conocer al literato a través de su poesía. Y eso es lo que está reseña viene a mostraros. Con mucho gusto os presento: Poesía de Francisco de Quevedo.
Quevedo fue un hombre inquieto. Nacido con una deformidad en los pies y una miopía corregida con los anteojos a los que dio nombre, no le impidieron hacer carrera en la corte, tanto como poeta y como político. Erigiéndose como principal poeta del conceptismo, entabla una de las enemistades poéticas más conocidas de nuestra literatura, al colocar la diana de sus versos afilados al poeta cordobés don Luis de Góngora, representante del culteranismo. El cisne de cordobés y nuestro protagonista se lanzaban versos mordaces e incluso sangrantes, pero de un ingenio pasmoso, en un poético combate singular.
Primero defensor del poderoso Conde-duque de Olivares, pasando por una crítica feroz, hasta llegar a un odio enconado, Quevedo supo mejor que nadie retratar la decadencia de aquel reino, otrora resplandeciente. Tantos fueron sus inquietudes por aquella España de lustre apagado y sus críticas tan acertadas como molestas, tocando las fibras de los poderosos, que acabó con sus huesos en la cárcel varias veces. Don Francisco de Quevedo, un hombre de tan gran intelecto, humanidad y amor por su patria, que acabó muriendo, como las grandes glorias de nuestro país, solo, abandonado y enfermo, como por desgracia les pasó y les pasará a incontables genios.
La poesía de Quevedo se puede leer con el contexto de su tiempo. Movido por su gran admiración del poeta italiano Petrarca, supo mejor que nadie manejar el cancionero petrarquista. El poeta madrileño es mordaz, hiriente, soez, vulgar, culto, apasionado, cruel, amoroso, melancólico, nostálgico, pesimista, luminoso, oscuro... pero por encima de todo brillante.
A pesar de la fama de misógino, Quevedo compuso de los mejores poemas amorosos de su tiempo. También cultivo la poética heroica, religiosa y ética. Pero sin duda donde mejor se demuestra el ingenio y el manejo de la palabra es en sus sátiras. Quevedo cuando quiere hacer daño lo hace, sobretodo burlándose de los defectos físicos del objeto de su burla. La crueldad y el insulto se vuelve algo elevado, un ejercicio de mala leche nacido de una inteligencia rápida que dispara con una mortal puntería. Quevedo es un hombre libre que dice lo que piensa sin importarle las consecuencias y si puede herir sensibilidades lo hace, pues esa es la esencia de la limpieza de conciencia.
Poesía de Francisco de Quevedo es adentrarse en la mente más aguda, certera e incisiva de aquel brillante siglo. Quevedo es la libertad absoluta, el ataque directo y burlón, es el compromiso político y humano, es el amor doliente y dolorido, es la fe inquebrantable, es el enemigo de los necios, los pedantes y los soberbios, Quevedo... el mejor poeta de su tiempo.
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