De qué hablamos cuando hablamos de amor, Raymond Carver
Al leer los cuentos que conforman este gran libro que es De qué hablamos cuando hablamos de amor, me siento completamente vacío. La forma tan clara que tiene Carver de narrar las vidas de sus personajes es como asomarse a una ventana. Vemos de primera mano la mísera, las alegrías, las tristezas ahogadas en litros de alcohol y los amores imperfectos de seres completamente rotos y desamparados. Es como la cámara que se mueve invisible de la novela After Dark de Murakami, mostrándolo todo son ningún tipo de pudor. Y esa radiografía de la vida misma, porque eso son sus cuentos, pura vida, me causa una sensación de vacío, incluso de remordimiento por adentrarme en esas vidas sin permiso. Quién sabe si eso siente Dios cuando mira hacia abajo.
Diecisiete cuentos, algunos de solo dos paginas y otros de ocho, conforman el libro: ¿Por qué no bailáis?, Visor, El señor "Café" y el señor "Arreglos", Belvedere, Veía hasta las cosas más minúsculas, Bolsas, El baño, Diles a la mujeres que nos vamos, Después de los tejanos, Tanta agua cerca de casa, La tercera cosa que acabaron con mi padre, Una conversación seria, La calma, Mecánica popular, Todo pegado a la ropa, De qué hablamos cuando hablamos de amor y Una cosa más.
Apenas puedo hablar de las sinopsis de los cuentos, pues apenas son simples escusas narrativas para escribirlos. Son trozos de las vidas de los personajes, momentos concretos en los que el autor abre su casita de muñecas y nos muestra lo que hay en su interior. Hombres, mujeres e hijos que apenas sostienen las sonrisas, que dan uso de sus últimos esfuerzos para tirar para adelante. Seres atormentados que soportan el naufragio de sus vidas, aferrándose inútilmente en sus salvavidas de vidrio.
Matrimonios que caminan por la cuerda floja; familias destrozadas por lo inevitable de la fatalidad; hijos que no comprenden a sus padres y padres que no conocen a sus hijos; seres humanos despedazados por sus propia sordidez. Incluso en momentos las historias se vuelven turbias, mostrando escenas realmente perturbadoras.
La lectura de los cuentos de Carver no dejan indiferente a nadie. Son como pequeños impulsos eléctricos que producen sentimientos variados, desde la ternura hasta el desasosiego. Sus cuentos desprenden sensaciones; el calor de una taza de café recién echo, el amargor de un trago de Jack Daniel's o el frío de una lágrima que nace en el párpado y muere en la comisura del labio. Muchas veces buscamos en la literatura o cualquier otra manifestación artística, una evasión de nuestra propia realidad, para aliviar un poco la presión que oprime el pecho, pero al leer los cuentos de Carver no podemos dejar de escapar de esa realidad de la que huimos. Pues la vida está hecha del material del que están hechos los cuentos de Raymond Carver.
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