De qué hablamos cuando hablamos de amor, Raymond Carver

 Nos quedamos allí sentados largo rato, mirando aquella bandada de percas que nadaban a su aire tan inocentemente, mientras Dummy no paraba de estirarse los dedos y de mirar alrededor como si esperara que apareciera alguien. Aquí y allá, por toda la charca, las percas subían vy asomaban el morro o brincaban limpiamente y volvían a zambullirse o ascendían hasta la superficie y nadaban con la aleta dorsal cortando el agua.
"La tercera de las cosas que acabaron con mi padre"

Bien, pues el marido estaba deprimido la mayor parte del tiempo. Incluso después de enterarse de que su mujer saldría de aquélla. Seguía muy deprimido. Pero no por el accidente. Me refiero a que el accidente era una cosa, sí, pero no lo era todo. Yo me acercaba al agujero de su boca, y él me decía que no, que no era por el accidente exactamente, sino porque no podía verla por los agujeros de los ojos. Decía que era eso lo que le hacía sentirse así de mal. ¿Os lo imagináis? Podéis creerme, al hombre se le rompía el corazón al no poder volver la jodida cabeza para ver a su jodida esposa.
"De qué hablamos cuando hablamos de amor"


Cuando hablé de los cuentos de Lucia Berlin, compare su vida y su obra con un autor que, al igual que ella, cultivo sus cuentos con una excesiva relación por la bebidas destiladas y se nutrió de la propia realidad para dar vida a sus personajes. Un autor que supo asomarse a la más autentica cotidianeidad, a una realidad mal llamada "sucia", pero que por ello no deja de ser menos real.

Raymond Carver es un maestro del relato corto. No necesita frases estilizadas, poéticas o rimbombantes. Es directo, duro y frío. Como un médico que redacta el acto de defunción. Carver no se anda con reparos a la hora de narrar las situaciones más sórdidas que viven sus personajes. Pero a diferencia de su homologo literario, el magnífico y muy adorado por mí, Bukowski, si se desprende un cierto "refinamiento", por así decirlo, es menos visceral que el poeta atado a una botella de Los Ángeles. 

Al leer los cuentos que conforman este gran libro que es De qué hablamos cuando hablamos de amor, me siento completamente vacío. La forma tan clara que tiene Carver de narrar las vidas de sus personajes es como asomarse a una ventana. Vemos de primera mano la mísera, las alegrías, las tristezas ahogadas en litros de alcohol y los amores imperfectos de seres completamente rotos y desamparados. Es como la cámara que se mueve invisible de la novela After Dark de Murakami, mostrándolo todo son ningún tipo de pudor. Y esa radiografía de la vida misma, porque eso son sus cuentos, pura vida, me causa una sensación de vacío, incluso de remordimiento por adentrarme en esas vidas sin permiso. Quién sabe si eso siente Dios cuando mira hacia abajo.

Diecisiete cuentos, algunos de solo dos paginas y otros de ocho, conforman el libro: ¿Por qué no bailáis?, Visor, El señor "Café" y el señor "Arreglos", Belvedere, Veía hasta las cosas más minúsculas, Bolsas, El baño, Diles a la mujeres que nos vamos, Después de los tejanos, Tanta agua cerca de casa, La tercera cosa que acabaron con mi padre, Una conversación seria, La calma, Mecánica popular, Todo pegado a la ropa, De qué hablamos cuando hablamos de amor y Una cosa más.  

Apenas puedo hablar de las sinopsis de los cuentos, pues apenas son simples escusas narrativas para escribirlos. Son trozos de las vidas de los personajes, momentos concretos en los que el autor abre su casita de muñecas y nos muestra lo que hay en su interior. Hombres, mujeres e hijos que apenas sostienen las sonrisas, que dan uso de sus últimos esfuerzos para tirar para adelante. Seres atormentados que soportan el naufragio de sus vidas, aferrándose inútilmente en sus salvavidas de vidrio. 

Matrimonios que caminan por la cuerda floja; familias destrozadas por lo inevitable de la fatalidad; hijos que no comprenden a sus padres y padres que no conocen a sus hijos; seres humanos despedazados por sus propia sordidez. Incluso en momentos las historias se vuelven turbias, mostrando escenas realmente perturbadoras.

La lectura de los cuentos de Carver no dejan indiferente a nadie. Son como pequeños impulsos eléctricos que producen sentimientos variados, desde la ternura hasta el desasosiego. Sus cuentos desprenden sensaciones; el calor de una taza de café recién echo, el amargor de un trago de Jack Daniel's o el frío de una lágrima que nace en el párpado y muere en la comisura del labio. Muchas veces buscamos en la literatura o cualquier otra manifestación artística, una evasión de nuestra propia realidad, para aliviar un poco la presión que oprime el pecho, pero al leer los cuentos de Carver no podemos dejar de escapar de esa realidad de la que huimos. Pues la vida está hecha del material del que están hechos los cuentos de Raymond Carver. 

 Raymond Carver (1938-1988)

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