Colección particular, Juan Marsé
Cuando Marés empezó a hablar, yo miraba a través de la ventanilla del Lincoln una gigantesca nube de plomo en forma de puño alzándose iracundo contra el cielo desde el horizonte borroso del mar, muy lejos del puerto, allá en los confines del Oriente. Pensé en el destino incierto de la señora de ojos de china bajo la lluvia, y pensé en el destino cumplido y atroz de la furcia cuya cabeza cercenada y calva yacía enterrada debajo de nosotros: vida y muerte extrañamente juntas, fundidas en la misma soledad y en la misma fiebre adolescente, en una sola carne de mujer soñada, sojuzgada y al fin destruida. "Historias de detectives". Axilas sin depilar con sabor a marisco. Volcanes florecidos. La capacidad de adhesión de las caderas. El pelo resbaló otra vez mientras liaba distraídamente un pitillo con rápidos dedos de perdularia, de un color de la de mosca. ─¿Qué programa tenemos hoy, tío? ¿Te paso algo a máquina o vuelvo al agua? Deslenguada vagabunda; inteligente y lúcida sobrina....