El Gran Sucesor, Anna Fifield
Corea del Norte es país extraño. Surgido tras la fragmentación de la península coreana, la República Popular Democrática de Corea tiene una historia bastante particular. Cuando fue arrebatada al Imperio Japonés tras la Segunda Guerra Mundial, Corea fue repartida entre las dos grandes superpotencias: el Norte para la Unión Soviética y el Sur para EEUU. Corea del Norte se convirtió en un estado satélite de los soviéticos y se estableció un régimen autoritario y personalista, bajo el férreo control de Kim Il-Sung, el Presidente Eterno. Tras la Guerra de Corea, los dos países han establecido una paz tensa y una confrontación constante, bajo el auspicio de soviéticos y estadounidenses. Mientras el Sur fue convirtiéndose en una potencia económica, el Norte vivió el colapso de la Unión Soviética y una sucesión de hambrunas que mermaron a la población considerablemente.
Pero a pesar de eso, el régimen de Kim, bajo su ideología propia, el Juche, estaba tan bien asegurado, que pronto el Gran Líder supo crear una de las estados totalitarios más herméticos y represores del mundo, y a diferencia de los otros grandes líderes comunistas, nombró como sucesor a su hijo Kim Jong-Il. Bajo el mandato del Amado Líder, Corea siguió siendo uno de los países más pobres y de menor desarrollo del mundo, ahora bajo el paraguas del gigante asiático: China. Cuando Kim Jong-Il murió de forma repentina en 2011, el mundo vio con sorpresa y fascinación como la primaria dinastía comunista se consumaba con la elección del Gran Sucesor, Kim Jong-Un.
Sobre este tema, la periodista neozelandesa Anna Fifield, gran conocedora de la cultura oriental y corresponsal en el reino comunista, ha escrito un libro fundamental sobre la figura del tercer rey del pequeño paraíso socialista, un relato decomo su divino destino fue forjado por su padre para perpetuar la primera saga de dirigentes comunistas hereditarios. Cómo un muchacho desconocido, amante del baloncesto se convirtió en uno de los dictadores más peligrosos y estrafalarios del mundo. Sin más esto es: El Gran Sucesor de Anna Fifield.
Kim Jong-Un, el tercer hijo del Amado líder, Kim Jong-Il, nacido en la bruma del secretismo norcoreano, fue pronto nombrado heredero de su padre en detrimento de sus hermanos mayores, el mayor por su comportamiento díscolo rebelde y el segundo por ser demasiado incapaz para gobernar y ser débil. Por lo tanto, al pequeño mariscal se le empezó allanar el camino para ser el Gran Sucesor.
Criado en los lujosos palacios de la familia, tuvo una infancia encerrado en una jaula de cristal, en la cual sus caprichos eran órdenes, pero la soledad era su única compañía. Ha excepción de su hermana pequeña, Kim Yo-Jong, quién se convertirá en su mano derecha durante su gobierno.
Enviado a Suiza a estudiar en exclusivo colegio internacional bajo un nombre falso, allí paso su juventud alimentando su obsesión: el baloncesto. Terminados los estudios, el hijo pródigo volvió a la Madre Patria y enseguida se pusieron en marcha los mecanismos del régimen para preparar al príncipe.
Corea del Norte es el alumno aventajado en cuanto a régimen comunista se precie. Cómo es habitual, y más en las dictaduras comunistas, el culto al líder roza lo religioso. Si en la Unión Soviética abundaba los retratos del tito Stalin, el Cuba las frases grandilocuentes de Fidel y en China se está empezando a comparar a Winnie the Poo con el Gran Timonel, en Corea del Norte lo superan con creces.
Kim Il-Sung y Kim Jong-Il están en cada rincón y en cada casa del país. Retratos, estatuas, murales, fotografías, museos, plazas decoran todo el país. Las efigies sonrientes de los Kim observan benevolentes a su mermado y oprimido pueblo. Cada día los ciudadanos deben rendir culto y inclinarse ante las majestuosas y enormes estatuas de Kim abuelo y Kim padre bruñidas en bronce de 20 metros en el Gran Monumento de la colina de Mansu. El culto al Gran Sucesor ya está establecido en Corea, ensalzando a lo absurdo, las hazañas del príncipe. Desde que nació en una humilde morada en la cual se colocó una estrella anunciándolo al mundo (¿De qué me suena eso?), Hasta que con ocho años conducía con soltura camiones.
Cuando Kim Jong-Un fue nombrado Líder Supremo de Corea del Norte tras la muerte de su padre, enseguida empezó a cultivar una personalidad más cercana a la de su abuelo que a la de su padre. Imitando el peinado y la eterna sonrisa de Kim abuelo, se alejó de la forma de ser introvertida de Kim padre y se mostró mucho más cercano con su oprimido pueblo. Y, como buen dictador, lo primero fue limpiar el gabinete (literalmente), desechando a miembros que no fueran afines a él. Llamativo fue la defenestración de su tío Jang Song-Taek, quién de la noche a la mañana, pasó de ser el hombre fuerte del régimen y cercano colaborador del dictador, cayó en desgracia y su muerte, tan repentina como misteriosa, ha sido motivo de especulación por la prensa internacional. Se habla desde morir entre las fauces de una jauría de perros, hasta ser reventado por un misil.
Su hermano mayor Kim Jong-Nam tuvo una muerte bastante increíble. La oveja negra de la familia, el nieto mayor del Presidente Eterno, siempre tuvo fascinación por el mundo más allá de los muros de su país. Amante de la cultura popular occidental, visitó varias veces país como Países Bajos o Francia, en especial Disneyland París. Murió envenenado en 2017, tras ser tocado en la cara por una mujer que le impregnó una sustancia tóxica mortal. Nunca se supo con certeza quién estuvo detrás, pero fácil es pensar que la oronda sombra de su hermano es alargada.
Al principio del gobierno del Gran Sucesor, muchos vaticinaron que sería débil y manejado por los miembros del partido o que cómo fue educado en el exterior, haría una transición hacia la libertad y la democracia. Ninguna de las dos cosas se cumplieron. Kim Jong-Un ha demostrado ser un líder bastante inteligente y taimado, vengativo y cruel, manipulador y obstinado. Muy lejos de la figura ridícula y paródica que se intenta dar él.
El libro no solo se centra en Kim y su familia, sino que la autora nos da una radiografía precisa y humana de la desgracia que viven los ciudadanos norcoreanos. Una vida sometida a un férreo control, con un terror absoluto por las torturas, las denuncias o la deportación a un "campo de reeducación". Los norcoreanos han vivido durante décadas en un régimen absolutista y dictatorial, una existencia asfixiante, dónde se han buscado las mañas para poder encontrar algo más de comida y dinero para poder sobrevivir. Un pueblo abducido por la ideología, hasta tal punto que más que personas son zombies, obligados a aplaudir hasta que les sangren las manos, llorar hasta el cansancio y adorar a los Líderes con un fervor fanático. Fifield da voz a testimonios reales, bajo nombres falsos, a personas huidas del régimen, que nos dan una muestra del horror y la opresión a la que están sometidos.
Kim Jong-Un, con 39 años, ya ha empezado ya a preparar el futuro del país. A diferencia de su padre y de su abuelo, él si le ha dado importancia a la imagen de su esposa, mostrándola en público. Ri Sol-Ju, la bella respetada Prima Dama, ha aparecido sonriente del grueso brazo del Gran Sucesor. Y por lo que se conoce le ha dado varios hijos, de los cuales no se sabía nada. Hasta ahora. En el 75 aniversario de la creación del ejército norcoreano, Kim Jong-Un apareció junto a su esposa y una niña de unos diez año. Colocada al lado del Gran Sucesor, la niña era su hija Kim Ju-Ae. Con esa demostración la dinastía Kim ya tiene futuro.
El Gran Sucesor de Anna Fifield es una lectura fascinante. Una obra capital que se adentra dentro de los vericuetos de una de las dictaduras más insólitas, impenetrables y únicas del mundo. Un libro aterradoramente divertido y ameno. Cómo gran conocedora que es del régimen, hace un pormenorizado relato del destino tanto del Gran Sucesor, como del hambriento y oprimido pueblo, contando las estrafalarias excentricidades de Kim, su obsesión por el básquet, su crueldad, su inteligencia, pasando por la penurias y las desventuras que viven hoy en día la pobres gentes norcoreanas. Una lectura a medio camino entre la sonrisa incrédula y el dolor más absoluto. Cuando George Orwell escribió 1984 lo hizo pensado en la Unión Soviética de Stalin, pero jamás pudo pensar en que el Gran Hermano no era ruso, sino norcoreano y que la guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza, serían la realidad de un país asiático.
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