Dictadores, Frank Dikötter

"Pero ellos y otros dictadores se encontraron con que el poder tenía fecha de caducidad. El poder que se alcanzaba mediante la violencia se sostenía también mediante la violencia. No obstante, está puede ser un instrumento muy burdo. El dictador necesita fuerzas militares, policía secreta, guardia pretoriana, espías, informadores, interrogadores, torturadores. Aunque lo mejor es aparentar que la coerción es en realidad consentimiento. El dictador tiene que infundir miedo en su pueblo, pero si consigue que ese mismo pueblo lo aclame, lo más probable es que sobreviva durante más tiempo. En pocas palabras, la paradoja del dictador moderno es que tiene que crear una ilusión de apoyo popular". Dictadores.



Culto a la personalidad fue un término político acuñado por el líder de la URSS Nikita Jrushchov cuando denunció los desmanes de su predecesor, el sanguinario Stalin. Una definición concisa sería una exaltación sobre exagerada en la figura de un líder, con muestras de adoración cuasireligiosas hacia un dictador elevándolo a una categoría casi divina.

El pueblo norcoreano adora servilmente a sus Amados Líderes.

En muchas dictaduras, por no decir en todas, una suerte de camarillas llenas de subalternos, usan los recursos del estado para apuntalar su régimen, erigen un culto hacia su líder, con una exagerada adulación donde las loas al líder rozan lo absurdo y lo ridículo. Pues sobre este fenómeno el autor experto en la China de Mao, el escritor holandés Frank Dikötter escribe un ensayo capital para dilucidar como los dictadores se valen del culto a su propia persona para perpetuarse en el poder. Con mucho gusto os presento: Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX de Frank Dikötter.

En el prefacio, nos presenta una caricatura del rey francés Luis XIV, el Rey Sol, el hombre que llevo a Francia a una superpotencia a través del poder absoluto. Con su lema: "L' Etat, c' est moi", osea el Estado soy yo, en esa caricatura muestra que debajo de esa pomposa peluca y el lujoso traje se esconde un hombre sin más y que lo que lo hace relumbrar como el sol no es más que pura fachada. 

Benito Mussolini posa orgulloso ante su busto.

El culto a la personalidad es una herramienta usada por los dictadores y sus secuaces para dar una falsa legitimidad de su régimen, basada en un clamor popular, una devoción agradecida ante los favores que desprende el Gran Líder, engrandeciendo el país y mejorando sus vidas. En un ejercicio de cinismo puro, los dictadores se erigen en benefactores de su pueblo, en padres protectores, en los pastores que guían a su obediente rebaño, mientras lo desprecian, lo amedrentan, lo matan de hambre y lo eliminan para que no moleste. 

El matrimonio Ceausescu recibe con amor paternal a su pueblo.


El culto a la personalidad es una forma manipuladora de control de masas, al crear una nueva devoción, la devoción por el líder. En los países comunistas al suprimirse las religiones, el aparato del Partido necesita crear una nueva religión y un nuevo ser supremo al que dar gracias y adorar ciegamente. En la Rusia de Stalin, la China de Mao o la Corea de los Kim, el Partido se dedica a evangelizar a sus ciudadanos el evangelio rojo bajo la sacra protección del ser divino que es el Líder. 

Mao Zedong, el Sol que ilumina China 


Por contraparte los países fascistas, la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini, el culto al líder se complementa con una obtención del poder por mandato Divino, siendo el líder un enviado de Dios que ha bajado a la tierra para comandar a la gloria a su pueblo. Pero lo que comparten estos dos tipos de regímenes es que la figura del líder se asocia de manera indivisible con la Patria. Cualquier crítica a la gestión del líder puede ser tomada como un acto despreciable de antipatriotismo. Por eso adorar al Líder es adorar a la Patria.

¡Larga vida a Alemania! Adolf Hitler es Alemania.


Un elemento que comparten todos los dictadores es que para levantar un culto a su persona necesitan de una camarilla de aduladores y pelotas que se dediquen a trasmitir al pueblo el amor incondicional por el líder. Los dictadores se valen de su ambición por medrar para aumentar su ego, pero por su paranoia, estos los hacen enfrentarse entre ellos por ver quién es el pelota mayor. Con un disfrute sádico ante el espectáculo de las peleas internas. Como el que disfruta viendo dos ratas despellejándose a dentelladas.

Josif Stalin, omnipresente dueño de la URSS.


En el libro, Dikötter nos cuenta ocho biografías de ocho dictadores que levantaron un culto efectivo, una maquinaria de terror y opresión que les sirvió para perpetuarse en sus tronos. Mussolini, Hitler, Stalin, Mao, Kim Il-sung, Duvalier, Ceausescu y Mengistu son los elegidos para radiografiar el culto a la personalidad. Bien es cierto, como el propio autor lo reconoce en el prefacio, podría haber metido a otros grandes ejemplos de culto a la personalidad como Franco, Tito, Hoxha, Castro, Saddam o los ayatolás, quién sabe si para un segundo libro.

François Duvalier el Presidente Vitalicio que mató a su pueblo de hambre.


Las loas a los líderes rozan lo ridículo. Con epítetos como Duce, Führer, vozhd, que vienen a significar líder en sus respectivos idiomas. "El Gran Timonel", "Sol que nos alumbra", "Amado Líder" no hacen más que regalar los odios e inflar la megalomanía de los dictadores. Las grandes manifestaciones de amor y las grandes coreografías bien orquestadas llenaban estadios y anfiteatros donde el pueblo, obligado a bailar y sonreír, hacían espectáculos de cartón piedra donde las virtudes del dictador de elevaban a la enésima potencia. 

Haile Mariam Mengistu, el dictador comunista que llevo a Etiopía a la ruina.


Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX es un ensayo capital para entender como los líderes autoritarios y sus secuaces usan el culto al líder como arma de control de su población, mezclando obediencia y terror al mismo tiempo. Frank Dikötter nos relata con sencillez los métodos de manipulación, las locuras megalomaníacas de los dictadores, que pueblan sus países de retratos, estatuas, engalanan los edificios con sus frases, hipnotizan a las multitudes con estrafalarios desfiles. La paranoia de los dictadores que solo ven enemigos en todas partes. Cómo juegan con sus ambiciosos adláteres en una macabra maraña de intrigas, y desconfianzas. 

Pero el libro no solo es una radiografía de un fenómeno político en desuso. También es un recordatorio de que muchos líderes autoritarios, con un gran ejemplo de Xi Jimping en China, están empezando a utilizar un nuevo culto a la personalidad más acorde con el siglo XXI. Pues por desgracia la historia es un constante ciclo de repetición, y por desgracia un dictador puede surgir cuando menos lo esperemos. Un libro maravilloso y muy necesario. Un relato aterrador sobre los desmanes del poder, que produce asombro y escalofríos a partes iguales.


Frank Dikötter (1961-)

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