La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos, Juan Eslava Galán

"Voltaire, que debería estar en los altares, dejó dicho: "La civilización no suprime la barbarie, tan solo la perfecciona". Pintiparado viene este aserto cuando se aplica a los alemanes del tiempo de Hitler: la sociedad aparentemente más culta y evolucionada de la Tierra secunda de pronto, con sus dotes organizativas y su avanzada tecnología, la paranoia homicida de una cuadrilla de malhechores. Un pueblo a primera vista tan avanzado retrocede hasta una crueldad tribal impensable incluso en las sociedades más salvajes  e  incivilizadas de la Tierra. ¿Recuerdan la fábula de El señor de las moscas, la estupenda novela de William Golding en la que un grupo de educados escolares extraviados en una isla tras un accidente incurren en el salvajismo más extremo en cuestión de días? Pues eso". La Segunda Guerra mundial contada para escépticos.



El presidente norteamericano Woodrow Wilson al término de la Gran Guerra dijo: "Les prometo que esta va a ser la última guerra, la guerra que acabará con todas las guerras ". Poco supo el bueno del presidente (por suerte para él murió en 1924), que cuando el mundo empezaba a curar las heridas de esta primera guerra a escala mundial, el horror de otra contienda comenzaba a caer en el olvido, cuando en la Alemania derrotada (y humillada, todo sea dicho) un hombre mediocre, con una vida mediocre, amasaba poder y llevado por un fanatismo irracional consiguió convencer a todo un país de su superioridad ante el mundo y fue capaz de abocar al mundo a una nueva guerra mundial. 

Y quien mejor para narrar la que es considerada como la más mortífera de todas las contiendas bélicas de la historia, que el bueno de Juan Eslava Galán. Tras narrarnos los pormenores de la Gran Guerra, y los acontecimientos que conmocionaron al mundo con la Revolución rusa, cerrando está especie de "trilogía" del convulso principio del siglo XX, le toca el turno a una guerra que volvió a estremecer al mundo, donde las formas de matar se mejoraron, aumentaron, elevándose a un paroxismo de horror, muerte y degradación humana sin precendentes. Sin más os presento: La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos de don Juan Eslava Galán.

El mundo después de la Gran Guerra bien parecía otro. Los grandes imperios como Austro-Hungría, Rusia y el imperio otomano había desaparecido. De los grandes reyes de antaño solo quedaba la corona inglesa, con todo sus colonias intactas y lo países como Francia, Italia y sobre todo los Estados Unidos, que comenzaban a repartirse los trozos de aquel mundo destrozado por la guerra. Pero si hay un país que salió peor parado tras la contienda ese fue sin dudas Alemania. El altanero e impetuoso Reich del kaiser Guillermo II, como principal actor del conflicto, no era de extrañar que fuera el que se llevara todos los palos. Los vencedores sometieron a Alemania a un castigo severo, que convirtió el imperio en una pequeña república empobrecida, embargada y desmilitarizada, y también porque no decirlo, desmoralizada. La nueva República de Weimar pasó a ser un estado manso y servil al servicio de los Aliados. Todo esto fue un caldo de cultivo que fue forjando un clima de vergüenza y resentimiento por parte de los alemanes, los cuales fueron canalizados en un hombre: Adolf Hitler.

Este pintor frustrado de origen austríaco, que luchó en la Gran Guerra alcanzando el grado de cabo, comenzó a remolonear por la política en Alemania. Tras observar el panorama político, el partido que más encajaba en sus ideales totalitarios y racistas era un pequeño partido minoritario conocido como Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, cuyas siglas en alemán eran NSDAP, mejor conocido como Partido Nazi. Hitler comenzó a trepar por los estamentos del partido hasta alcanzar un liderazgo que fomentó con la leyenda de que en su persona se concentraban todas las virtudes necesarias para devolver a Alemania al lugar que le correspondía en la historia. Todo ese halo del líder indiscutible se dieron cuando en un intento de dar un golpe de Estado (el infame Putsch de Múnich), Hitler fue encarcelado (su estancia en la cárcel fue casi como alojarse en un hotel que estar en una prisión), donde escribió su obra más conocida el Mein Kampf (Mi lucha). En este abyecto libelo volcó todo su odio y su maldad, donde exponía que todos los males de Alemania eran producto de una conspiración internacional ideada por los malvados comunistas y los despreciables judíos. Tambien en ella narró sus sueños megalómanos y lunáticos sobre el futuro de Alemania.

En enero del 33 Hitler fue nombrado Canciller tras haber ganado su partido las elecciones y así comenzó su reinado como el nuevo líder indiscutible del nuevo régimen denominado Tercer Reich. El pintor frustrado que se moría de hambre en su juventud, que fue rechazado por la academia de arte donde intentó entrar, se alzó como por influjo divino como el Führer todopoderoso de la nueva Alemania. 

Pero para alcanzar el poder Hitler no estuvo solo, pues supo rodearse de una camarilla de colaboradores fanáticos que se orbitaron entorno al Führer, como perros obedientes. Personajes como Hermann Goering, el orondo mariscal de la aviación (la Luftwaffe) siempre vestido con uniformes estrafalarios con un número ridículo de medallas; el miserable y taimado Joseph Goebbels siniestro ministro de propaganda; Martin Bormann el silencioso y servicial secretario personal del Führer; Rudolf Hess el pelota y adulador lugarteniente del Führer: Heinrich Himmler el psicópata líder de las tropas de asalto del ejercito las temibles SS; Reinhard Haydrich el frió y sádico líder de la Gestapo, la policía secreta nazi y uno de los monstruos más temibles de los gerifaltes nazis; Albert Speer el obediente arquitecto del Reich y Ministro de armamento; Joachim von Ribbentrop un viejo aristocrata bien puesto y educado ministro de asuntos exteriores; Alfred Rosenberg el alucinado ideólogo nazi, entre otros. 

Hitler y sus secuaces comenzaron una campaña oscura y siniestra para convencer al pueblo alemán de que las potencias habían maltratado al país y que una conjura de los judios y los comunistas eran los responsables del mal estado de la nación. Usando la desesperación de las gentes, los gerarcas nazis planearon la operación para comenzar a recuperar todo el espacio territorial que la había sido arrebatado tras la Gran Guerra, lo que denominaban el Espacio Vital, todo ello dominado por el gran Reich Alemán con su raza perfecta Aria germánica puramente alejada de la escoria, unidos entorno al invicto y paternal Führer. Asi comenzó la operación de rearme y la creación de nuevas armas y vehículos de guerra para formar un ejército implacable e imparable. Los sueños húmedos de dominación del Führer comenzaban a cumplirse.

Las potencias, formadas por Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, no vieron, o no quisieron verlo, el peligro que representaba el vociferante ex pintor reconvertido en líder supremo de Alemania y cuando en el año 1939 tropas alemanas traspasaron la frontera polaca y comenzó su invasión, fue demasiado tarde. La guerra había empezado.

Pero para iniciar un conflicto a escala mundial se necesitan aliados y Alemania no tardó en encontrarlos. El primero de ellos fue Italia, que entonces estaba en las manos de Benito Mussolini, quien gobernaba con mano de hierro el país con su Partido Fascista y sus crueles Camisas Negras. Era cuestión de tiempo que los dos principales dictadores fascistas se encontraran y fueran de la mano en sus locos planes de conquista. Si Hitler ansiaba dominar el Espacio Vital correspondiente al gran Reich y emular las grandes gestas de los reyes germánicos como Federico I Barbarroja y prusianos como Federico II el Grande, Mussolini soñaba con resucitar la gloria del Imperio Romano y revertirse del honor de los césares, Il Duce ideo un plan de conquista de Grecia y algunas partes de África. El otro gran aliado de los dictadores estaba bastante lejos de la vieja Europa. Al otro lado del mundo, situado en el mar Pacífico, en un archipiélago que formaba una nación incipiente, que comenzaba a despertarse. Japón, el vetusto imperio oriental, al igual que sus aliados europeos, tambien tenía ambiciones expansionistas. Hirohito, el emperador y dios viviente, era para los japoneses la viva encarnación de un ser superior, descendiente de la divina Amaterasu, diosa del Sol. Por su condición divina, todo el país debía obediencia ciega y culto al Divino Emperador.Por lo cual no resultó difícil convencer a todo el país de entrar en la guerra y conquistar buena parte de Asía, cosa que fue bien planeada por una corte de generales y por el primer ministro Hideki Tojo, quién convirtió Japón en un estado policial fascista. Otra cualidad compartida entre el llamado Eje, por el tratado de cooperación entre las tres naciones llamado Eje Roma-Berlín-Tokio, era la superioridad de sus razas y que ellos eran los indicados para gobernar a los pueblos inferiores de sus alrededor. Japón ambicionaba alargar su imperio a lo largo de toda Asia, subyugando a chinos y coreanos a los cuales consideraban infraseres. Por eso mientras Alemania entraba en Polonia, Japón comenzó sus operaciones en Nankín, una ciudad china, donde perpetraron una de las primeras masacres de la guerra.

Y así ya se establecieron dos bandos. Por un lado los Aliados, formados por Gran Bretaña, Estados Unidos, que entró en la guerra por el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor y la Rusia de Stalin, quien entró en la guerra por la invasión alemana a su territorio, Francia la cual fue parcialmente ocupada por los nazis, China y las fuerzas de las naciones ocupadas. 

Y por el otro estaban el Eje, formada por la triple alianza de los estados fascistas que se repartieron el mundo y empezaron a conquistarlo: El Reich alemán alcanzando su Espacio Vital, la Italia fascista conquistando África y el mediterráneo y Japón bañando Asia entera con la luz de la nación del Sol Naciente. Unidos a estos estaban los países con afiliaciones nazis que colaboraron con gusto como la parte conquistada de Francia, llamada Régimen de Vichy, con el mariscal Petain al mando, la Rumanía controlada por Ion Antonescu, la Croacia de Ante Pavelić, la Hungría de Ferenc Szálasi, la Noruega de Vidkun Quisling y la Eslovaquia de Josef Tiso entre otros. Otra vez el mundo volvía a desangrarse por una guerra mundial, está vez más sangrienta, brutal y monstruosa que la anterior. Para que luego digan que segundas partes nunca fueron buenas.

En esta guerra se dieron muestras palmarias de la maldad que anidad en lo más profundo del alma humana. Si en la anterior aún sobrevolaba la antigua forma de ver la guerra como una gesta de caballeros y un acto de patriotismo elevado, en esta toda cordura (si es que se puede encontrar algo de cordura en una guerra) se esfumó por la locura del fanatismo. Los ejercitos nazis y japonés (el italiano menos) formaban una fuerza bélica de muerte imparable, movida por un coraje ciego y extremista que los llevó a cometer las mayores atrocidades jamás imaginadas. Para ellos el enemigo no merecía ninguna consideración y por lo tanto debía ser destruido por todos los medios posibles. Pero por desgracia, en este conflicto no solo murieron soldados en el frente. Pues en esta guerra se vieron bombardeos masivos sobre ciudades (de ambos bandos) donde cientos de civiles perecieron bajo la mortífera lluvia de bombas. Pero lo más grave que causó la guerra fueron varios de los episodios más infames e inhumanos de la historia que jamás deberán ser olvidados. 

Desde la llegada de los nazis al poder comenzaron a establecer una serie de leyes raciales donde se fomentaba una discriminación agresiva contra los que representaban todo lo malo a ojos de los nazis: los judíos. Esta población sufrió una serie de ataques por parte de la población alemana que los discriminaba, les destruían sus establecimientos (la infame Noche de los cristales rotos), les cosían una estrella de David en la ropa para identificarlos y después los segregaron en guetos para encerrarlos y controlarlos. Pero todo esto fue a más cuando Himmler, el jefe de las SS y sus acólitos idearon un plan macabro para solucionar la cuestión judía. En una conferencia, 14 altos cargos nazis se reunieron y establecieron que algo había que hacer con los judíos. Y de la unión de esas perversas mentes surgió la infame "Solución final a la cuestión judía" o Endlosung der Judenfrage, por el cual se elaboraría un plan sofisticado de captura de toda la población judía (incluidos mujeres, niños y ancianos) en todos los territorios ocupados y llevarlos a una serie de Campos de Concentración, donde, de forma sistemática se les exterminara de manera inmisericorde en la temibles y siniestras Cámaras de Gas. Un genocidio terrible donde la vida humana era considerada simplemente como si de animales se tratarán. Una masacre sin precedentes que se llevó por delante a casi 6 millones de vidas de forma injusta y malvada. 

Pero no solo se mataba en los campos de concentración. En algunos de ellos, algunos nazis científicos se valieron de los pobres seres humanos capturados, que a modo de conejillos de indias, los usaron para perpetrar los más crueles experimentos sobre ellos. Uno de los más siniestros y crueles fue el médico Josef Mengele, terrible asesino del oscuro campo de Auschwitz, bien llamado "El Angel de la muerte". Otro ejemplo despreciable fue el terrible Escuadrón 731 japonés, el cual capitaneado por el oscuro científico Shiro Ishii, se llevaron a cabo terribles experimentos biológicos con prisioneros. Pues los japones no se quedaron al margen en atrocidades en la guerra, donde masacraban a toda población civil que se les ponía por delante, cebándose sobre todo en poblaciones chinas y coreanas, e incluso montando burdeles donde se violaban a cientos de menores y ancianas llamados de forma cruel "Mujeres de consuelo".

Pero y a todo esto: ¿qué estaba haciendo nuestra querida España en ese momento? Pues mientras Alemania invadía Polonia en 1939, la España de Franco comenzaba a caminar al paso alegre de la paz y los ánimos se elevaban hacia lo alto pues gracias al Caudillo invicto en España empieza a amanecer. No, en serio, España salía de una sangrienta guerra civil y Franco y sus secuaces se pusieron manos a la obra para establecer un estado bien armado entorno al Caudillo y no estaba el horno para bollos. Los dos aliados Hitler y Mussolini ayudaron (y con esa ayuda les valió para experimentar para luego usarlo durante la guerra mundial), al ejercito franquista con armamento, soldados y logística para ganar la guerra. Y por eso, Franco estaba en deuda con ellos y pronto tendría que pagársela. Sobre este episodio se explaya mejor don Juan en otro libro y por eso hablaré de ello mejor cuando lo lea. Pero si he decir que los contertulios de la barbería El Siglo, al igual que en la guerra del 14, siguen con avidez los acontecimientos de la contienda, con sus habituales posicionamientos y los chistes recurrentes.

La segunda guerra mundial contada para escépticos vuelve a demostrar que el rey indiscutido de la divulgación histórica es el bueno de don Juan Eslava Galán. Solo alguien como él, con su mezcla habitual de sabiduría, documentación, rigor y humor desopilante e ingenioso, hace ameno y divertido sumergirse en la historia. Una verdadera proeza poder condensar de forma amena todos los episodios que se produjeron en la mayor y más sangrienta contienda de la humanidad, en más de 600 páginas es maravilloso, pues todo puede volver farragoso o complicado, pero la maestría del autor nos lleva de la mano por toda la historia de manera facil. Por terminar, me gustaría añadir que el libro empieza con dos fotografías y acaba con una. Al principio nos muestra al ministro de propaganda alemán Goebbels sonriente y ufano en una conferencia en Ginebra, y en la siguiente nos los muestra dirigiendo una mirada fija y cruel a la cámara, una mirada de odio sin paragón que se acrecienta con la posicion de sus manos, que se agarran como si unas afiladas garras se tratarán, fieramente a los apoyabrazos. Esa mirada mortífera se produjo al conocer que él cámara que le fotografío era judio. Y la fotografia del final nos muestra a una pareja, un soldado de la marina americana y una enfermera que se funden un beso apasionado e improvisado, en Times Square, fruto de el final de la guerra en 1945. Una bonita metáfora, lo que con odio empieza, termina con un beso, que mejor final para una guerra. 

Y como posdata, al igual que hice con la Primera Guerra, os recomiendo encarecidamente el visionado de un documental vibrante llamado Apocalipsis. La Segunda Guerra Mundial, realizado por los mismos documentalistas que realizaron el documental sobre la Primera Guerra mundial. Está íntegro y doblado al español en Youtube.


Juan Eslava Galán (1947-)

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