La Revolución rusa contada para escépticos, Juan Eslava Galán

"El sufrido pueblo ruso cree que rompe las cadenas de la opresión capitalista y que ingresa en un paraíso socialista cuyo ejemplo guiará a los pueblos del mundo por el camino de la libertad. 
Craso error. En cuanto Lenin accede al poder absoluto disuelve la Asamblea Constituyente, en la que predominan los socialistas revolucionarios, y favorece a los sóviets, que están en manos de lo bolcheviques. Lenin impone el unipartidismo bolchevique, alegando que es la única garantía de que Rusia no recaiga en la explotación capitalista.
Los rusos han escapado de la sartén zarista para caer en el fuego comunismo soviético." La Revolución rusa contada para escépticos.



Siguiendo con una especie de "trilogía", Eslava Galán nos viene a narrar un episodio que se nombro de manera sucinta en el anterior libro reseñado que versaba sobre la Gran Guerra. Mientras que pobres inocentes morían y mataban en el frente, en uno de los países beligerantes se estaba fraguando una revolución que no solo afectaría las fronteras de ese país, si no que sacudió el mundo entero. Sin más os presento: La Revolución rusa contada para escépticos de Juan Eslava Galán.

Antes de comenzar a narrar los acontecimientos, el autor nos relata como estuvo en la National Library en Londres, en uno de sus numerosos viajes. Allí le contaron que en una de esas sillas aposento sus celebérrimas posaderas el Gran Profeta de los últimos años: Karl Marx. El hombre de barba y cabellera leonina que formó el nuevo catecismo laico proletario (más bien el mérito debería dársele a Friedrich Engels, su barbado compadre, él cual supo dar forma al batiburrillo que eran la ideas de Marx y le dió forma entendible, pero marxismo suena mejor que engelismo), pasó unos años en la city londinense, rumiando su odio visceral a todo lo que fuera burgués y volcando sus ideas sobre la emancipación de la clase obrera. 

Ahora sí, la historia. Una de las potencias que estaba mandado a sus habitantes a la gran picadora de carne humana que era el frente fue el Imperio Ruso. La enorme nación controlada por los zares vivió una época de esplendor desde que Pedro I el Grande modernizó y europeízo la vetusta Madre Rusa y Catalina II la Grande la convirtió en una de las grandes potencias del llamado "despotismo ilustrado" (todo para el pueblo, pero sin el pueblo). 

Los grandes palacios de Moscú y San Petersburgo, eran la máxima expresión de la opulencia y derroche en la que vivían los zares y los aristócratas. Pero debajo de esas luces rutilantes y los grandes banquetes se ocultaban una inmensa mayoría de campesinos y trabajadores analfabetos que sobrevivían como podían, siendo más siervos que ciudadanos. Los señores no solo disponían de  trabajadores, si no que eran dueños de sus vidas, siendo llamados "almas", los cuales eran propiedad de sus amos,inclusive despues de muertos. Una buena representación de ese sistema es la gran novela Almas muertas del inmortal y atormentado Nikolai Gogol.

Como pasará en la otra gran revolución que fue la francesa, años y años de opresión por parte de una clase acomodada, fue inculcando poco a poco un resentimiento que fue acrecentado por la propia guerra mundial y por un acontecimiento que hizo que el pueblo se alzara contra los poderosos y llevarán acabó una revolución que removió los cimientos del imperio.

Uno de los grandes protagonistas de esta triste historia es Nicolás I, el último zar. Nicolás difería bastante de su antecesor. Ante la imponente imagen de su padre, Alejandro III, el pobre Nicolás era un hombre de pequeña estatura, introvertido y nada inclinado para el mando. Casado con la zarina Alejandra (de origen alemán) ella era la fortaleza que le faltaba. Padres de cuatro hijas, vivieron con gozo el nacimiento del zarévich Alekséi. Pero la alegría duró poco. El joven heredero nació con hemofilia, lo cual le daba una condición débil y sus padres lo protegieron con extremo celo y el pobre niño era llevado en brazos de un fortachón marino a todas partes.

Para la enfermedad del enfermizo zarévich surge en esta historia uno de los personajes más siniestros y fascinantes de la historia de la humanidad. Atraído por el poder y la opulencia, desde las lejanas tierras siberianas llegó a la capital rusa Grigori Rasputin (ra ra Rasputin, greates love machine), un monje iluminado imbuido por un aura de santidad y curación. La desesperada zarina conoció los poderes del monje y le pidió que sanará a su pobre hijo. El monje accedió y milagrosamente el jovencito mejoró de forma sustancial sus graves crisis de fiebres. La fama del santo Rasputin corrío como la polvora por toda la capital, y empezó a ser uno más en los salones de todos los aristócratas que se peleaban por su presencia, en especial las mujeres, atraídas por la sensualidad salvaje que desprendía. Pero, ¿quién era este monje? Rasputin pertenecía a una orden religiosa extremista llamada "los flagelantes", los cuales consideraban que la salvación era posible mediante la realización de los pecados más abyectos y malvados, sobretodo los relacionados con el sexo. Por eso alrededor de Rasputin se creo una ola de sospechas de una conducta sexual desenfrenada con muchas mujeres de la corte (malas lenguas hablaban incluso con la propia zarina Alejandra), añadiendo una mala educación palpable con un comportamiento zafio, borracho y pendenciero. Rasputin era un hombre imponente, alto, desgarbado, con una melena indomable y una barba hirsuta, pero el gran atractivo del monje eran sus ojos. Si contempláis alguna la fotografias que le tomaron comprobaréis que os esta observando y atrapando, con unos ojos inquietantes, profundos y malvados. Rasputin tuvo un final digno de película que ahorraré contar para no estropear la experiencia.

Volviendo a los Romanov, el reinado de Nicolas I estaría marcado para siempre por varios acontecimientos que catapultaron al fin de la monarquía y el tragico final de la familia real. El año 1903 estuvo marcado por la enorme celebración que se hizo ante el bicentenario de la instauración de la dinastía Romanov en el trono ruso. Los fastos se celebraron por todo lo alto sin miramientos en los gastos pues la ocasión lo merecía. Pero claro, si derrochas el dinero de las paupérrimas arcas en un jolgorio privado que solo acceden un 10 por ciento de la población, pues muchos animos entre el pueblo pues no se ganan, pero aún así los fervorosos súbditos celebraron el bicentenario con alegría y patriotismo, cosa que propició un accidente con una avalancha humana que se llevó la vida de miles de personas. En cuanto a lo bélico, el Imperio Ruso no tenía el viento a su favor. Primero recibieron un revés frente al naciente Imperio japonés que los derrotó en la llamada guerra ruso-japonesa y luego la Gran Guerra con Alemania y sus aliados comenzaron a menoscabar los ánimos y las quejas se iban multiplicando. Otro episodio trágico fue el "Domingo sangriento", donde una manifestación pacifica fue sangrientamente sofocada a tiros frente el Palacio de Invierno. Los rumores dijeron que las órdenes venían directamente desde el zar, ganándose el sobrenombre de "Nicolás el Sanguinario", pero la historia demostró que el no tuvo nada que ver. 

El otro gran protagonista de esta historia es Vladimir Ilich Ulianov, mejor conocido como Lenin. El gran profeta del comunismo que transformó Rusia a base de discursos incendiarios, arengas cargadas con pólvora contra los imperialistas que llevaron a una guerra civil entre los "rojos" bolcheviques y los "blancos" mencheviques. Sorprendente es que una de las grandes enemigas de la futura alemania de Hitler fuera creada, en mayor o menor medida, por los propios alemanes. Con la táctica de meter la serpiente en el gallinero, los hombres del Káiser financiaron a Lenin y sus seguidores y lo mandaron en un viaje en tren que sería vital para la futura causa bolchevique. Los vencedores con Lenin a la cabeza disolvieron la monarquía y establecieron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o URSS. Lenin convirtió el antiguo imperio en una dictadura comunista (la primera de muchas), donde el control del Estado alargaba sus tentáculos por todos los rincones a base de opresión y purgas. Lenin murió en loor de santidad marxista, siendo embalsamado y colocado como el santo patrón de los proletarios en un faraonico mausoleo en la Plaza Roja, siendo lugar de peregrinaje para todos los parias de la tierra e inspiración para el descanso eterno de otros tiranos del mundo. Su sucesor no sería otro que el sanguinario Stalin.

La Revolución rusa contada para escépticos vuelve a demostrar que no hay mejor divulgador de la historia y extraordinario narrador que don Juan Eslava Galán. Nos vuelve a narrar la historia con su habitual estilo ameno, inteligente y mordazmente divertido. Eslava Galán consigue con creces trasladarnos a la época que esta narrando, y con este libro vemos la decadencia de un imperio vetusto y agotado, derribado por el peso de su propia opulencia que derivó en una cruenta revolución que acabó en una dictadura comunista que cambió el mundo para siempre.

A pesar de ser una historia rusa, Eslava Galán nos pone en la óptica de un español que vivió en primera persona los acontecimientos. Juan Martínez fue un bailaor flamenco que llevó el flamenco junto a su esposa Sole a las tierras eslavas. El autor salpica el libro de fragmentos de una obra que recoge las peripecias del bailaor en para intentar sobrevivir a la revolución, escrita por el gran Manuel Chaves Nogales, en El maestro Juan Martínez que estaba allí (lectura apuntada). 

En fin y sin más que esto se hace largo, una vez más se sigue afianzando mi amor por los libros de don Juan Eslava Galán.


Juan Eslava Galán (1947-)

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