Moby Dick, Herman Melville

"—¿Quién te lo ha dicho? —gritó Ahab, y luego, tras de una pausa—: Sí, Starbuck; sí, queridos míos que me rodeáis; fue Moby Dick quien me desarboló; fue Moby Dick quien me puso en este muñón muerto en que ahora estoy. Sí, sí —gritó con un terrible sollozo, ruidoso y animal, como el de un alce herido en el corazón—: ¡sí, sí! ¡fue esa maldita ballena blanca la que me arrasó, la que me dejó hecho un pobre inútil amarrado para siempre jamás! —Luego, agitando los brazos, gritó con desmedidas imprecaciones—: ¡Sí, sí, yo la perseguiré al otro lado del cabo de Buena Esperanza, y del Cabo de Hornos, y del Maelstrom noruego, y de las llamas de la condenación, antes de dejarla escapar!
Moby Dick.



¿Qué hace que una obra se vuelva clásica? Yo creo que lo que la vuelve clásica es la capacidad de volverse atemporal, de mantener viva su lectura y que cada persona la descubra con la misma pasión que sus predecesores. Italo Calvino dijo que: "los clásicos son esos libros que nos llegan  trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado". 

Pero la frase que viene al pelo para la reseña de hoy es también de Calvino que dice: "no se leen los clásicos por deber o por respeto, si no solo por amor". Pues este clásico que he leído, o más bien he disfrutado tiene fama de ser un libro complicado. Pero en mi caso ha resultado una lectura apasionante, incluso apabullante ante la magnitud de la obra. Con muchísimo gusto os presento: Moby Dick de Herman Melville.

Melville volcó toda su experiencia como viajero en varios barcos balleneros en su juventud, todo su conocimiento sobre el mundo de la caza de ballenas y sobre estos imponentes animales, toda su pasión desbordada por el mar, pero sobre todo volcó sobre el libro su misma alma, pues esta novela represento para el escritor norteamericano un reto de proporciones bíblicas. El autor dejó parte de si mismo en cada una de las palabras que componen ésta imponente novela, una obra inmensa como la ballena blanca que le da nombre. Melville no disfrutó de las delicias del éxito, pues en su tiempo la novela no fue bien recibida por público y crítica, pero con el correr del tiempo la obra fue alcanzando el estatus de clásico inmortal que es como la primera gran novela norteamericana y universal.

La novela arranca con una de las frases más famosas de la literatura: Llamadme Ismael. Ismael el narrador protagonista nos cuenta como, hastiado de la vida en tierra decide enrolarse en el primer barco ballenero que encuentre. Para eso se dirige a Nantucket, mítico puerto ballenero. Allí conocerá a Quiqueg un misterioso hombre tatuado polinesio, armado con su inseparable arpón, con el cual entablará una estrecha amistad. Los dos se embarcarán en el navío Pequod, capitaneado por el misterioso capitán Ahab, un hombre al que la tripulación no conocerá durante buena parte del viaje, siempre oculto en su camarote. La tripulación compuesta por el primer oficial Starbuck, un hombre serio y realista, el segundo oficial Stubb, un hombre alegre y despreocupado y el tercer oficial Flask, un hombre osco y malhumorado, sus tres arponeros Quiqueg, el indio Tasthego y el negro Daggo, el pequeño negrito Pip con su pandereta y una multitud de hombres de distintas razas y países, se lanzarán en lo que al principio era una ruta de caza de ballenas, se tornará en un viaje maldito hacia la tragedia, en la búsqueda incansable de Moby Dick, la monstruosa ballena blanca que mutiló la pierna de Ahab, quien no parará hasta tomarse venganza. 

Esta es a grosso modo la premisa de novela, pero el contenido de la obra es tan inmenso como el propio mar. Melville usa la escusa de contar una historia para componer un verdadero compendio sobre las ballenas y el arte de su caza. 

La estructura del libro se podría dividir en varios grupos de capítulos. Por un lado estaría los capítulos que podríamos llamar "histórico-científicos". En estos Melville se dedica a disertar de una manera amena y erudita todo lo relacionado con la cetología. Las distintos tipo de ballenas conocidas en el siglo XIX, sus formas, sus comportamientos, su alimentación. Pero de entre todas las ballenas se centra en el enorme cachalote. Este imponente animal fue la principal fuente de suministros de aceite del llamado esperma de ballena, el cual era muy cotizado, por lo que era masivamente cazado por muchas naciones. Melville nos describe de forma pormenorizada como era la peligrosa caza de estos gigantes y la compleja obtención del esperma y su manufactura para el aceite. Melville a la hora de hablar de las ballenas las trata con un enorme respeto y fascinación.

Otro grupo de capítulos serían los "onírico- poéticos". Aquí Melville es donde demuestra su enorme calidad como escritor. Melville narra por boca de Ismael las maravillas del mar, la intensa atracción que el océano tiene con el hombre, un lugar donde no tienen cabida todos los males que asolan la tierra. Maravilloso es el pasaje donde narra cual es la sensación que produce al vigía subido en lo alto del palo mayor, donde el viento sacude el alma y el cielo y el mar se funden en el horizonte en un azul inmenso y celestial. 

Y por último estarían los "narrativos", los cuales narran el viaje del Pequod, la lenta caída en la locura de Ahab, obsesionado con la caza del enorme leviatán blanco, representado en varios encuentros con otros barcos balleneros los cuales se resumirán en la monomaníaca pregunta de Ahab: "¿Habéis visto a la ballena blanca?". 

Ahab es, sin lugar a dudas, el mejor personaje de la obra. Un ser marcado por el odio y la venganza, anclado en su pierna echa de hueso de ballena, siempre vigilante con su mirada destilando rencor, recorriendo la cubierta del barco marcando su paso con el siniestro top top top de su pierna falsa, como el sonido del martillo clavando la tapa de un ataúd. Ahab es el motor de la novela, sentimos su poderosa fuerza, su voz de trueno que aterra a su tripulación, como un dios colérico. Es tal su aura maldita que es capaz de llevar a todos sus hombres al mismo infierno con tal de saciar su colosal venganza. 

El objeto de su odio no se queda atrás en cuanto a maravilla de personaje. Moby Dick es una presencia ominosa, siniestra, un eco de horror y muerte que se repite entre los barcos y los puertos balleneros como una maldición. El diabólico leviatán es descrito como una enorme isla blanquecina, con el lomo lleno de arpones de pasados ataques y la mandíbula torcida, con una malicia casi humana que lo vuelve un monstruo agresivo y letal que ha hundido más de una barca de pesca y asesinado a numerosos hombres. 

Una de las peculiaridades del libro es su narración innovadora. A lo largo de la obra el narrador oscila entre la primera persona, esto es Ismael y el narrador omnisciente. Ismael aparece y desaparece a conveniencia de la narración, mostrándose en momentos donde navegamos en la loca caza del leviatán blanco y apartándose cuando la narración da paso a las partes más didácticos. Pero a pesar de esto, el narrador no es fiable, dicho sin maldad, porque en algunos momentos Ismael abandona la narración presencial y se torna en ser inmaterial y conocedor de todo, con capacidad de estar en todas partes. Esto, aunque pueda parecer un error de autor, podemos entenderlo como una genialidad, al presentarnos un juego narrativo novedoso donde la multiplicidad de narradores vuelve la lectura en una experiencia única.

Moby Dick me ha resultado una lectura extraordinariamente única. Este es un libro original en su ejecución. Melville se adelantó varios años a las nuevas formas literarias de vanguardia, con su narrador oscilante entre la omnipresencia y el testimonio directo, la mezcla de libro erudito sobre las ballenas y un relato poético hacia la locura movido por el vaivén de las olas del mar. En algunos pasajes que podrían pasar por plomizos, la lectura era absorbente, hipnótica, no podía dejar dejar de leer. 

He acompañado al bueno de Ismael y al exótico Quiqueg y toda la tripulación del Pequod en un viaje al fondo de la venganza y el odio, capitaneados por el alucinado y monomaníaco Ahab en busca del leviatán blanco, en una absoluta experiencia maravillosa, que solo los clásicos inmortales pueden provocar en el lector. Una lectura inolvidable que me ha dejado una profunda huella. Sin ningún tipo de duda, esta ha sido una de las grandes lecturas del año, incluso de mi vida lectora. Animaos a subir a bordo y emocionaros cuando Ahab grite con voz de trueno y llena de odio: ¡Ahí sopla, Ahí sopla! 


Herman Melville (1819-1891)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mala letra, Sara Mesa

El perfume, Patrick Süskind

La Red Púrpura, Carmen Mola