La chica de al lado, Jack Ketchum

"Pero solo una vez.
No volví a huir.

Después de aquel día, yo era un adicto y mi droga era el querer saber. El querer saber lo que era posible. El conocer cuán lejos podía llegar aquello. Hasta dónde ellos se atreverían a llegar". La chica de al lado.



Esta puede ser la reseña más dura que voy escribir. Porque la novela que terminé por la noche, destruido y vacío por dentro, ha conseguido lo que ninguna otra ha podido hacer: acojonarme de verdad. 

Me gusta mucho el género de terror, no por ello uno de mis autores predilectos es el indiscutido Rey del terror. Lo que más me fascina del género es como a través del tiempo los miedos han ido evolucionando desde los fantasmas góticos y los castillos malditos, pasando por las pesadillas de Poe, los monstruos intergalácticos de Lovecraft, hasta llegar a los terrores modernos de King y sus sucesores.

Todos nos podemos asustar con demonios, vampiros o muñecos diabólicos, pero lo que de verdad pone la piel de gallina y hace que un escalofrío recorra nuestro espinazo es cuando la más cruda y violenta realidad nos suelta un bofetón que nos deja temblando. Y esto precisamente es lo que hizo el autor Jack Ketchum cuando público en 1989 una novela que removió para siempre los cimientos del terror, introduciéndonos en una cruda historia donde la más cruel violencia se nos muestra sin tapujos. Y lo peor de todo, que estaba basado en un crimen real.

Normalmente os digo que os lo presento con mucho gusto pero está vez no, os advierto que este viaje al mismo infierno puede dejar secuelas que tardan mucho en sanar. Como Dante leyó en el dintel de la puerta del Infierno: "abandonad toda esperanza aquellos que entréis aquí". Esto es: La chica de al lado de Jack Ketchum. En el caso de esta novela que os la destripe no os arruinará nada, me lo agradeceréis.

1958 en una pequeña población de Estados Unidos. David, un chaval empieza el verano con las ilusiones de juegos con sus amigos, aventuras en el río y disfrutar de las vacaciones. Un día, mientras coge cangrejos en el río aparece una chica desconocida. Los dos entablan conversación mientras cogen cangrejos. David queda fascinado, porque es una chica preciosa, mayor que él, y encima le gusta coger cangrejos. Se llama Meg y se acaba de mudar con su hermana a la casa de al lado.

Meg y su hermana Susan han sobrevivido a un accidente de coche en el que por desgracia sus padres han fallecido. Meg ha salido bien parada, pero Susan tiene las piernas destrozadas y debe llevar unos aparatos ortopédicos en las piernas hasta que se curen. Por lo que ahora vivirán con su tía Ruth Chandler y sus primos Willie, Donny y Ralphie, a quien llaman Woofer. Los chicos en el barrio conocen la casa de Ruth como un lugar donde poder romper las reglas. Ruth es una mujer soltera, pero que entiende a los chicos y les deja beber cerveza y fumar cigarrillos. Es una tía guay a ojos de David. 

David empieza a sentir por Meg algo especial, sintiéndose muy agusto a su lado. Si antes disfrutaba yendo a casa de Ruth por estar con sus amigos, ahora solo quiere ir para estar más cerca de la maravillosa chica de al lado. Pero, de pronto y poco a poco, lo que parecía otro verano normal empieza trasformarse en una terrible pesadilla de violencia inimaginable.

Ruth comienza a tratar mal a Meg y a Susan. En un momento donde un juego entre los hermanos y Meg acaba en un bofetón de esta a uno de ellos, Ruth castiga de manera salvaje azotando a la indefensa Susan. David contemplará impasible el primero de una serie de castigos que se cebaran con Meg. 

Los chicos del barrio tienen una especie de juego, al que llaman "el Juego", donde uno de ellos, siempre una chica, acaba atada y con los ojos tapados y los demás pueden hacer con ella lo que quieran hasta que confiese. Este juego lo acabará implantando Ruth y los chicos con Meg llevándolo a extremos inimaginables.

Una noche, David irá a casa de los Chandler y al no verlos en el salón bajará al sótano. Allí verá horrorizado que han atado con los brazos en alto a Meg. Los hermanos la han golpeado y amordazado con el permiso de su madre. Estos desnudan a Meg mientras se ríen y la obligan a confesar que se masturba. Así empezarán unos meses de palizas, humillaciones, quemaduras y vejaciones, donde los hermanos Chandler y algunos chicos del barrio harán lo que quieran con Meg, bajo la supervisión de Ruth, siempre y cuando no la toquen sexualmente, pues Ruth desprecia a Meg tildándola de zorra y sucia.

Las torturas van en aumento, mostrando las maldades que son capaces de hacer unos niños tan pequeños. Ruth ejerce tal influencia maligna en sus hijos que los incita a sobrepasar el daño que infligen sobre Meg, desatando el sadismo y el disfrute de los chicos. Pero el peor de todos en sin duda David, pues es incapaz de hacer algo por su amiga. Bajando como un adicto a contemplar las sesiones de tortura.

David empieza sentir algo de empatía por Meg y decide que la va a ayudar a escapar. Pero, por desgracia, el horror ha llegado a un extremo infernal. Ruth incita a uno de sus hijos (un niño pequeño) a violar a Meg. Pero ahí no termina lo monstruoso. En un arranque de locura terrible, Ruth y los chicos marcan con una aguja candente en el vientre, las palabras YO FOLLO FOLLAME. Ruth dice que esto lo hace para que Meg no pueda desnudarse ante ningún hombre. Pero Ruth no está satisfecha, y en un acto de maldad aterrador quema la vagina de Meg para hacer que no sienta placer sexual.

David no lo soporta más e idea un plan para sacar a Meg y Susan de allí, provocando un pequeño incendio que alerta a su padre que llega con un policía. Pero ya es demasiado tarde. Meg sucumbe a los meses de tortura y acaba muriendo. El policía se lleva a todos del sótano, pero David viendo que Ruth culpa a todos de lo que ha pasado, en un acto de venganza de lo más satisfactorio, empuja a la hija de la gran puta (perdón por las palabras, pero no merece menos) por las escaleras, matándose al instante. 

David, quien nos ha estado narrado la historia a través de sus recuerdos, nos dice que no volvió a saber de los demás tras cumplir sus condenas en reformatorios. David como no participó en las torturas no fue al reformatorio, pero su vida no ha sido la misma desde entonces. Al final nos cuenta que uno de los tres hermanos, Woofer, ha matado a varias personas, alargando la sombra de la violencia con los años. Con un inquietante pensamiento final se pregunta, qué tal les habrá ido a los otros dos. 

Como David es quien nos cuenta la historia, es imposible alejarse de toda la violencia que sufre Meg. Somos testigos directos de las sesiones de tortura y no podemos huir de allí. David nos relata con todo lujo de detalles y de manera muy gráfica todo lo que le hacen a Meg. Se podría pensar que el autor cae en el morbo más bajo a la hora de narrar las atrocidades, pero es necesario, pues si no no podríamos comprender tanta maldad. Sí el autor pasa de puntillas en la narración, la sensación de angustia sería menor. Eso es lo que buscaba Ketchum, que sufrieramos en nuestras carnes el tormento de Meg. 

La construcción de personajes es simplemente maravillosa. Como nos los van presentando como personas normales y corrientes, pero capaces de hacer cosas inimaginables, es lo más aterrador de la novela. La degradación de unos niños, que pasan de jugar en la calle, montar en bici, ha torturar, humillar e incluso violar a una semejante, todo ello permitido y lo más increíble, alentado por una adulta, símbolo de autoridad, es estremecedor.

Meg es pura bondad. Y no lo digo porque sea la víctima, es que lo es. Desde que aparece en el libro se ve en ella una chica normal, buena, trabajadora, que ha pasado por el trauma de perder a sus padres, pero aun así sigue adelante, todo para ayudar a su hermana. Todo lo que sufre Meg lo hace con la convicción de que no se lo hagan a Susan, lo que la vuelve una heroína magnífica. Ruth y sus cachorros jamás la destruyen, puede que física, pero nunca moral. Meg muere sin que hayan quebrado su voluntad de salir de ese infierno. Mortal es la escena donde, masacrada y al borde de la muerte, aún sigue escarbando con los dedos ensangrentados en la pared. 

Ruth es la maldad encarnada. Un monstruo con apariencia humana con un alma podrida y un resentimiento atroz. Todo su odio y frustración las vuelca sobre Meg, la cual representa todo lo que ella jamás será. Meg es bonita y tiene toda la vida por delante, pero ella es una mujer marchita con un matrimonio fracasado, unos hijos que le absorben la vida y ve como su salud se merma por su alcoholismo y el tabaquismo. Como ella no podrá disfrutar del placer destruye a Meg para que ella tampoco la disfrute. Ruth disfruta con el dolor de Meg, todo ese rencor explota en cada tortura que infligen sus hijos en el pobre cuerpo de la chica. Como disfruté cuando la muy hija de puta muere estrellándose contra el suelo mientras se ha cagado encima.

Pero el peor de todos es sin duda David. Lo siento pero es así. A pesar de que intente redimirse contando lo que pasó, no le quita que permitió sin decir esta boca es mía todo el mal que estaba pasando en la casa de al lado. Intenta ayudar a Meg tarde y encima mal. Por eso me alegro que nos cuente que su vida ha sido una mierda desde lo que pasó, que sufra cada día recordando cómo miraba impasible mientras destruían a Meg, que sienta el miedo de que Woofer aparezca en algún momento y lo mate por lo de su madre. No merece redención alguna. 

La chica de al lado ha resultado una lectura complicada para mí. Desde que conocí el caso real (no voy a hablar sobre ello pues el libro cuenta básicamente lo mismo, con algunas excepciones) me golpeó de tal manera que no lo he podido sacar de mi mente. Era incomprensible para mí que unos niños fueran capaces de hacer tal cosa y encima bajo la atenta mirada de una mujer adulta. Cuando me enteré de que había un libro que narraba los hechos lo odié de inmediato. Pero con el tiempo sentía que debía leerlo, exorcizar todo ese horror a través de su lectura. Y aquí esta. Y vaya experiencia.

A pesar de conocer algunos detalles, e incluso ver algunas escenas de una película que adapta la novela, la tensión me invadía con cada página. Pero no podía parar de leer, en algún momento me sentía como David, era una necesidad insoportable bajar a ese sótano. Pero lo peor era al cerrar el libro y apagar la luz. Un malestar general me impedía dormir, cada ruido me ponía alerta. Un pavor raro pero escalofriante me atenazaba. Ningún libro había provocado eso en mi. Por eso considero que Ketchum lo hizo muy bien y este libro sin duda no deja a nadie indiferente. Cuando lo acabé solo pude hacer una cosa: rezar. 

Como digo al principio no sé si os puedo recomendar la lectura. En mi caso ha sido un verdadero tour de force, un viaje al fondo del abismo de la maldad humana. Sin duda este es uno de los libros que más huella dejan y por eso lo convierten en un imprescindible del terror. Pero si apreciáis vuestra salud mental, evitad leerlo, si no, preparaos para una estancia en el infierno.


Jack Ketchum (1946-2018)

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