El Pabellón de Oro, Yukio Mishima

La primera reseña del blog no pudo ser la mejor pues todo empezó con una obra de uno de mis autores favoritos. El color prohibido de mi adorado Yukio Mishima fue la primera estación de este viaje de literatura. La segunda vez que el escritor nipón visitó el blog fue con Los sables, una extraordinaria antología de sus relatos. Y ahora por tercera vengo a reseñar una de sus obras más representativas. Una novela donde se pueden ver claramente las dos obsesiones que marcaron la vida y obra de Yukio Mishima, la adoración cuasi religiosa por la belleza y el sentido profundo por la autodestrucción. Con sumo gusto os presento: El Pabellón de Oro de Yukio Mishima.
Parece que la vida no ha sonreído a Mizoguchi. De aspecto poco agraciado y con una pronunciada tartamudez, nunca a sentido en su ser lo que es la belleza, cosa que le atormenta y le produce una profunda tristeza. Hijo de un monje budista que lo prepara para que siga sus pasos como monje ha introducido en su mente un elemento que lo acompañará hasta el final de la novela. La cosa más hermosa a ojos de Mizoguchi es el Pabellón de Oro. A través de su relato en primera persona, vemos como el simple pensamiento del imponente templo Budista ornamentado de pan de oro lo lleva a un punto de sublimación de la belleza. Toda su existencia, su pensamiento, su sueño, su sexualidad y su vida misma, girarán entorno al templo.
Debido a su tartamudez el complejo de inferioridad que Mizoguchi es tan hondo como su devoción por el Pabellón de Oro. Un profundo desprecio hacia todo lo que no sea su adorado templo le consume las entrañas haciéndole vomitar pensamientos de odio y rechazo a lo largo de la novela. Siente que al ser un ser dañado e imperfecto cualquier expresión de belleza que no sea los dorados muros del templo merecen un desprecio sin límites. Mizoguchi es un ser sin sentimientos. Recibe la noticia de la muerte de su padre con una helada indiferencia y hacia su madre, una mujer pobre que ansia que en el futuro su hijo se convierta en el prior del templo para mejorar su situación, siente que es un ser despreciable al que el sonido de su voz le resulta desagradable.
Cuando es mandado a estudiar en la universidad mientras sigue su formación como monje, conocerá a dos personajes que tendrán gran influencia sobre Mizoguchi. Como no se relaciona con absolutamente con nadie, se sorprenderá al conocer a Tsurukawa. El que se convertirá en su único amigo es todo lo contrario a Mizoguchi. Si nuestro protagonista es taciturno y acomplejado, su amigo es la cara luminosa de la moneda, siendo amable, empático y muy sensible. Si Mizoguchi desprecia la vida, Tsurukawa la bebé con el ansia de un corredor de fondo, todo al su alrededor desprende luz. Mizoguchi demuestra la ruindad de su alma al achacar esa vitalidad dada la alta posición de su amigo al venir de una buena familia.
Pero el personaje que ejercerá una maligna influencia sobre Mizoguchi será sin duda Kashiwagi. Lo que une a estos dos es su discapacidad. Si Mizoguchi es tartamudo, Kashiwagi tiene los pies zambos provocándole una cojera muy pronunciada. Pero mientras nuestro protagonista se flagela en pensamientos de una autocomplacencia miserable, su nuevo compadre tiene un pensamiento más cínico y nihilista. Sabe que su discapacidad lo vuelve aborrecible a ojos de los demás, pero también sabe que hay mujeres que se le acercarán movidas por una malsana mezcla de fetiche ante sus pies torcidos y un sentimiento de compasión.
El contexto de posguerra también influye sobre Mizoguchi. Mizoguchi se empapa del ambiente de derrota y decadencia donde solo sobresale como último resplandor de belleza el Pabellón de Oro. Mishima nos da varias referencias de la paupérrima situación que vivían los japoneses durante aquellos años tras la guerra.
Conforme avanza la novela la obsesión de Mizoguchi por el templo parece mermar al despertar su sexualidad. Pero de pronto todo, hasta lo sensual, vuelve a materializarse en su mente con la forma del dorado e imponente templo Budista. El atormentado espíritu de Mizoguchi y su mente obsesionada con el templo, retorcerán su amor por el Pabellón de Oro en un odio ardiente que le quema. Sumando a eso una animadversión hacia el Prior, desencadenará en una final donde Mizoguchi llevará hasta el final la última acción de su destrozada alma.
El Pabellón de Oro es otro ejemplo más de porque Mishima es uno de los más grandes narradores de la historia de la literatura universal. Es en esta historia de obsesión, belleza y destrucción donde el autor mejor vuelca sus obsesiones a través de la historia de un joven desquiciado y obsesivo. Mizoguchi encarna los principales pensamientos que tanto marcaron la vida y obra del autor japonés. El Pabellón de Oro, tan majestuoso, imbuido de una belleza casi celestial, irradiando luz por sus dorados muros, es el sumun de todo lo bello a ojos del protagonista. Pero también es el horror al vacío de todo lo que le rodea, el odio hacia algo que jamás podrá experimentar y poseer, cosa que precipitara el inflamable final.
Mishima entendía que lo bello y lo erótico estaban ligados a la vida tanto como a la destrucción y a la muerte, todo es efímero, todo termina, todo se acaba. Y se precipita ese final es un espectáculo de aniquilación lo eleva a algo que lo vuelve de una belleza asfixiante.
Hablar de que el lenguaje de Mishima es de una poesía excelsa es una gran obviedad, pero nunca me cansaré de alabar su literatura. Mishima escribe, tras la voz de Mizoguchi, tan, pero de forma tan maravillosa, tan sublime, tan extraordinario, que cada palabra, frase, párrafo es digno de ser cincelado en piedra.
Ya para terminar diré que siempre es algo maravilloso volver a la obra de Yukio Mishima. Mientras leía la novela la complementaba con la extraordinaria biografía de John Nathan , cosa que me hizo ver con más profundidad lo que se ocultaba tras la historia de este joven atormentado obsesionado con un templo dorado. Una obra extraordinaria de un autor extraordinario.
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