Donde más duela, Ana Mendoza

De todos los crímenes que recoge la maravillosa y mi favorita colección Sinficción, los más terribles y abominables, aunque cuando todos lo son, son lo que involucran a niños. Casos tran crueles como el del Pederasta de Ciudad Lineal o el del Descuartizador de Pioz son los que más nos repugnan porque toca lo más vulnerable: los niños. La muerte de un niño es la desaparición total de humanidad, la destrucción del futuro, la aniquilación de la inocencia, cuando un niño muere a manos de un adulto perdemos todos como sociedad pues no hemos protegido a quien más indefenso estaba. Pero cuando la muerte viene de un padre o una madre es la destrucción de todo lo sagrado, pues que aquellos que le dieron la vida, los que deberían cuidarlo, criarlo, amarlo, se la han arrebatado de la manera más inhumana posible. Pues sobre uno de esos abominables crímenes la criminóloga Ana Mendoza nos relata en su primer libro un asesinato de dos criaturas a manos de la mujer que les dio la vida. Y encima ocurrió en mi ciudad. Con mucho gusto os presento: Donde más duela de Ana Mendoza.
19 de enero de 2002, la tranquilidad del pequeño pueblo murciano de Santomera se rompe cuando en el hogar situado en la calle Montesinos, número 13, formado por José Ruíz, camionero de años y Josefa González, Paquita, acude la policía por un crimen atroz. Los policías encuentran a Francisco José de seis años y Adrián Leroy de cuatro, los hijos pequeños del matrimonio, muertos sobre una cama. Los policías observan la escena y se percatan de que a los pies hay un cargador que podría encajar con las señales en los cuellos de los niños. En la casa están Paquita la madre y José Carlos el hermano mayor de los niños. En el primer contacto de los policías con la madre, esta les cuenta que el causante de la muerte de sus hijos ha sido un ecuatoriano que se ha colado rompiendo una ventana, ha robado algunas joyas y ha matado a los niños. Este relato lleno de inconsistencias pone en alerta a los agentes y enseguida todas las sospechas recaen sobre Paquita, y de pronto surge una inquietante pregunta: ¿qué lleva a una madre a matar de esa forma tan cruel a sus hijos?
Tras su detención como principal sospechosa del asesinato de sus dos hijos, fue llevada al hospital psiquiátrico Román Alberca para evaluar su algún trastorno mental había llevado a Paquita acabar de esa manera con sus hijos. Los especialistas que la examinaron encontraron a una mujer entera a pesar de la tragedia que ella había provocado, que a penas nombró a sus hijos. Pero lo que sí le afectaba era su relación con su marido.
El matrimonio no era todo lo bueno que parecía de puertas para adentro. Paquita desarrolló una dependencia total hacia José, un amor/odio insoportable y tóxico que la llevaba a sospechar que su marido le era infiel. Cosa que era cierta. José no era un buen marido ni un buen padre, engañaba en numerosas ocasiones a su mujer y cuando se le hacía insoportable estar con ella, o le pegaba, o se marchaba con sus amigos. Nunca la llevaba a las reuniones con sus amigos y sus parejas por la vergüenza de que dijera alguna tontería y lo pusiera en evidencia.
Paquita soportaba una depresion a base de medicación que le robaba a su hermana y cocaína, un cóctel explosivo que la dejaba incapaz de cuidar de sus dos hijos menores, responsabilidad que recaía en José Carlos el hermano mayor. Los celos, el amor tóxico, la baja autoestima, la extrema dependencia, las drogas fueron los desencadenantes que llevaron a esa mujer a pagar su vida miserable con los que menos culpa tenían, dos niños inocentes cuyo pecado fue nacer en una familia disfuncional.
Los psiquiatras dictaminaron que a pesar de la depresión y las drogas Paquita fue consciente en todo momento e incluso pudo haberlo planificado de ante mano, cosa en la que coincidían los investigadores por cosas como preparar un escenario falso donde un hombre se ha colado en su casa rompiendo un cristal, roto por ella, ha robado unas joyas, ocultas por ella en su sofá, y dar muerte a sus hijos, asesinados por ella. A Paquita González se le podía juzgar pues no habia ninguna enfermedad mental que la incapacitasé.
El juicio fue uno de los más mediáticos de Murcia desde los tiempos del "Asesino de la katana", crimen que ocurrió en mi barrio por cierto. Cientos de periodistas se aglomeraban en la Sala Tercera Sección de la Audición Provincial de Murcia para intentar captar una imagen de aquel monstruo con forma de mujer que había robado la vida de dos niños inocentes, dos criaturas que suplicaban llenos de terror a quien les dio la vida que parará de hacerles daño.
Durante el juicio se pudo ver lo desconectada que estaba Paquita de la realidad. Apenas mostró arrepiento por lo ocurrido, mosntrádose arrogante y soberbia hacia las preguntas del fiscal, siendo amonestada por la jueza en varias ocasiones. Lo que decantó la balanza de la justicia hacia una condena fueron las pruebas contundentes en su contra, a pesar de los intentos de su abogado de levantar la defensa de que todo fue cosa de sus problemas. Pero no sirvió de nada. Francisca González Navarro fue condenada a veinte años de prisión por el asesinato de sus dos hijos Francisco y Adrián, el 31 de octubre de 2003. Paqui paso dieciocho años en varias cárceles hasta hace poco que está empezando a gozar de beneficios penitenciarios y ahora vive en un régimen de semilibertad. Las demás reclusas la conocían como "La Muerte". Nunca se ha arrepentido de dar muerte a sus hijos. José Ruiz tras obtener el divorcio marchó a Ecuador y no mantiene ningún contacto con su único hijo. José Carlos ha llevado una vida normal, está casado y tiene hijos, y vive en el lugar donde murieron sus hermanos y no quiere saber nada de sus desgraciados padres.
Donde más duela es otro acierto de Marta Robles y su magnífica colección de crónica negra actual. Ana Mendoza, como buena criminóloga, teje un relato que mezcla de forma soberbia la crónica periodística y el análisis forense. El crimen de Paquita es de los más atroces pues involucra a una madre quitando la vida a sus vástagos, como una moderna Medea. Sobre este personaje mitológico griego se establece un síndrome, el síndrome de Medea, por el cual las madres llevadas por una furia explosiva desatan todo su rencor y odio en sus propios hijos.
La tragedia de esos niños fue tener unos padres que no los merecían, que incluso no quieren tenerlos. Paquita fue incapaz de salir del pozo donde cayó, centrándose en sacar adelante a sus hijos y darles el cariño que se presupone en una madre. Una mujer destruida por una obsesión insana por un hombre que la quería. Aunque suene cruel más le hubiera haberse suicidado en vez de matar a sus hijos. Verla en fotos reciente sonriendo y disfrutando después de lo que hizo solo hace que se le revuelvan las tripas a cualquiera.
En el epílogo Mendoza diserta sobre como la criminalidad es más distinta en mujeres que hombres, siempre resaltando que no es cuestión de género, el crimen es igual de abominable, pero si hay sustanciales diferencias, como que el hombre cae más en la pura violencia, un estallido de fuerza bruta, y las mujeres suelen utilizar métodos más sutiles como venenos o fármacos.
En fin, un crimen desgarrador contado maravillosamente. Hacia tiempo que no leía un relato tan bien documentado como este y se agradece. Ya tengo ganas del siguiente título de la colección.
—¿Cómo se sentía usted?
—Muy mal. Muy humillada y distanciada.
—¿Y lo pagaría con sus hijos?
—Mis hijos eran los que me hacían vivir.
—¿Dónde querría estar ahora?
—En el psiquiátrico. Sería lo mejor para mí.
Respuestas de Paquita González a su abogado durante el juicio.
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