...Y al tercer año, resucitó, Fernando Vizcaíno Casas

Fernando Vizcaíno Casas fue uno de los autores más leídos en los pasados años 70 y 80 del pasado siglo. Un verdadero best seller español que durante los convulsos años de la caida del régimen franquista, y el nacimiento de la democracia, con sus ácidas, subversivas y mordaces novelas y relatos retrató, siempre desde su punto de vista ideológico y con su particular humor, las diferentes etapas de la historia española del siglo XX. Pero como sus sátiras estaban sustentadas en un nostálgico recuerdo de la fenecida dictadura y una crítica feroz hacia los cambios democráticos, sus libros cayeron en el olvido, siendo condenado al ostracismo de la segunda mano, en un ejercicio de ironía cruel, bien digno de sus obras. Ahora sus libros estarían prohibidos y condenados por exaltación del franquismo y el fascismo. Porque la manera de leer y disfrutar de su obra es entender el contexto de una época y ver sus libros como satiras paródicas y reír ante el absurdo y lo surreal que nos presenta. Incluso sorprendiendo ante las predicciones acertadas que han acabado cumpliéndose. Vizcaíno Casas es un portento como autor y, porque no decirlo, un verdadero conocedor de nuestra idiosincrasia ibérica que tan especial nos hace en este curioso mundo. Este breve introducción viene a presentar el libro por el que conocí al autor y que después de leerlo, vengo ahora a reseñaros esta historia tan graciosa como rocambolesca. Con mucho gusto os presento: ... Y al tercer año resucitó de Fernando Vizcaíno Casas.
20 de noviembre de 1979. La democracia empieza florecer en España. Adolfo Suárez, flamante presidente del gobierno, encabeza una serie de reformas que sepultan el fenecido régimen e impulsan el nuevo estatus de país libre y democrático, y lo acerquen a las potencias vecinas y consiga que entre en la Comunidad Económica Europea. Los partidos políticos recién vueltos al ruedo, como el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, el PCE de Santiago Carrillo y Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne, empiezan a degustar las mieles de los nuevos tiempos. Pero todo eso cambia con un suceso insolito, sorprendente y extraordinario.
En el Valle de los Caídos un sacristán remueve los cimientos de la joven democracia española con una exclamación extraordinaria. La gran losa que guarda los restos del anterior Jefe del Estado, antes llamado Caudillo, Francisco Franco Bahamonde está removida y el ataud vacío. ¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado!
A partir de ese momento la novela se bifurca en dos tramas narrativas. Por un lado seguimos a los principales líderes políticos recibiendo la noticia de la resurrección de Franco y sus reacciones. Como Carrillo desempolvando su peluca, Felipe González haciendo las maletas para marcharse a Alemania y volviéndose a llamar Isidoro, Suárez mandando rescatar su camisa azul, Carlos Arias Navarro, presidente del gobierno franquista dando gracias al Altísimo e Irene Falcón, secretaria de Dolores Ibarruri, Pasionaria, pensando si lo mejor será decirle a la vetusta comunista que el que ha resucitado es el padrecito Stalin.
Y por otro, Vizcaíno nos da un repaso por diferentes escenarios, tres días antes de la franquista resurrección, del suelo patrio y nos desgrana con sorna irónica las consecuencias de las nuevas políticas. Por los capítulos desfilarán un desfile de escenas, a cada cual más loca y desternillante. Todos los gremios gozan ahora de las bondades del sindicalismo, y los sindicatos se multiplicarán como caracoles después de la lluvia. Como ejemplos el Sindicato Unitario Libre de Trabajadoras del Amor (SULTA) o la Asociación Democrática Profesional de Trabajadores del Balón Redondo (ADPTBR), que englobarán a prostitutas y futbolistas respectivamente.
Las huelgas, nuevo derecho recuperado gracias a la democracia, proliferarán paralizando el país. Con la instauración de la objeción de conciencia, cosa que permite no hacer el servicio militar por motivos ideológicos, algunos proponen la objeción de conciencia fiscal, osea no pagar impuestos porque atenta a la moral del ciudadano. Rizando el rizo, los miembros del Gobierno tambien se ponen en huelga de carteras caídas. Con el nuevo régimen autonómico, el país antes llamado España y ahora conocido como el Estado Español reconoce los distintos países que conforman el estado y entre ellos conforman la Organización de Estados Ibéricos (OEI), formados por las tres naciones históricas, osea Catalunya, Euskadi y Galicia, y otros más llamativos como el Estado Bético, la Federación manchega, la Unión de Tierras del Segura y el enclave autonómico de Fregenal de la Sierra, protagonista de otra gran novela de Vizcaíno Casas Las autonosuyas, entre otros, se repartirán el pastel de las autonomías.
Las dos tramas acabarán confluyendo en la atención que concentra la tremenda noticia de la resurrección del general, representado en una pequeña manifestación de nostálgicos del régimen en la Plaza de Oriente con la esperanza de ver salir en el balcón del palacio al resucitado dictador y que repita la ultima alocución que dio tres años antes de su muerte. Pero, para chasco de la pequeña concentración, el otrora ministro franquista Girón desmiente la vuelta a la vida del Caudillo. Resulta que todo es fruto de la intoxicación etílica del monaguillo del Valle, quién extasiado por el alcohol cree ver el sepulcro vació, ganándose la reprimenda del prior. La normalidad vuelve a las calles con las democráticas huelgas a pleno rendimiento en todo lo ancho del territorio de este país antes llamado España.
... Y al tercer año, resucitó es un cachondeo constante. Bien es cierto que todo es fruto del pensamiento de alguien que no veía con buenos ojos los cambios que se estaban fraguando en el país, y que se nota perfectamente de que pie cojea el autor (concretamente el derecho), la novela es divertidísima. Ver reducidos al absurdo los primeros años de la Transición puede ser una reducción simplista, pero el autor lo hace con tanta desparpajo e ironía perversa, que resulta divertidísima. Vizcaíno Casas presenta una sátira esperpéntica de un país puesto patas arriba por una democracia libertina que trastoca todo lo bueno que el fenecido régimen había dejado. Y la única forma de disfrutarla sin mirarla como una apología franquista es por lo que es, una sátira. Y en mi caso me ha encantado, porque otra cosa no, pero Vizcaíno Casas trabaja la ironía y la comedia con mucha maestría y demasiada mala leche.
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