Las armas y las letras, Andrés Trapiello

"Sin que nadie se pusiese de acuerdo, todo el mundo se lanzó a profetizar. Profetizaron que no habría otro remedio que el camino de la sangre. Lo adivinaban y lo anunciaban. Muchos lo deseaban. Todos sabían que esa travesía iba a tener un difícil retorno. La España de la victoria, ganase quien ganase, iba a tener poco que ver con la España  que dejaban atrás. En cuanto uno abre media docena de revistas y periódicos de la época, en cuanto se han leído dos docenas de memorias, asiste uno al más triste espectáculo: a un tiempo todos parecen resignados y exaltados. Como el pathos de las tragedias griegas clásicas: exaltación ante la vida y sometimiento ante el destino que la aniquilará. El "suicido" colectivo que hablará Unamuno". Las armas y las letras.



Desde que descubrí el interesante mundo de la historia de la Guerra Civil española, con el magistral libro de Paul Preston y el enorme libro de Juan Eslava Galán, ha sido un tema que no ha parado de atraerme. Siendo uno episodio tan doloroso como fascinante, se ha planteado desde muchos puntos de vista. Desde la historiografía más o menos imparcial, pasando por el testimonio subjetivo, al panfleto polarizante. Libros que nos has relatado los pormenores del golpe de estado del 36, las matanzas de ambos bandos, la caída del gobierno republicano, la contienda fratricida y el auge del régimen franquista. Pero el libro de esta reseña recorre la guerra centrándose en uno grupo demografico concreto. Dejando de lados a los politicos, militares, milicianos, mártires y otros personajes que lucharon y murieron en la guerra, Andrés Trapiello, el más cervantino de los actuales escribidores de nuestros tiempos, agrupa, reúne, congrega y concentra en un extraordinario libro a los principales y secundarios escritores e intelectuales que vivieron esos tres años entre las bombas y las balas, algunos murieron y otros sobrevivieron, haciendo lo que la vida les había otorgado: escribir. Nombres que son inmortales en nuestra historia literaria y otros que cayeron en el más injusto (o justo según a quién se le pregunte) olvido, son recogidos en uno magistral manual de literatura de guerra. Sin más con muchísimo gusto os presento: Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) de Andrés Trapiello.

Al pensar en la guerra civil y las actividades literarias los primeros nombres que vienen a la mente suelen ser Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Pero estos apenas representan un ínfimo porcentaje de la enorme cantidad de escritores, poetas, novelistas, dramaturgos, periodistas, cronistas, junta letras, panfletarios, escribidores, historiadores, polemistas, asalariados y corresponsales extranjeros, que se congregaron en aquella piel de toro desgarrada y sangrante por un conflicto fraticida, para dar testimonio y recoger, como nuevos evangelistas del horror, esos momentos de dolor y muerte. Aqui veremos desfilar a los primeros espadas de nuestras letras y a cientos de subalternos y espontáneos que saltarán al ruedo ibérico bélico, en un recorrido sorprendente por esos tres años de guerra.

Todo empieza como no con el golpe de estado perpetrado por lo generales encabezado por Emilio Mola el 18 de julio de 1936. En cuanto el conflicto comenzó a alcanzar cotas de una guerra, la maquinaria de propaganda se puso en marcha y los principales intelectuales y escritores se establecieron en ambos bandos, unos leales a la República y otros al bando sublevado, muchas veces provocado por el lugar donde se encontraban en el momento de la guerra. Durante esos tres años de guerra veremos a los viejos escritores de la generación del 98, los vanguardistas poetas de la generación del 27, autores y periodistas extranjeros alrededor de la hoguera, al siniestro son de los tambores de guerra.

El primer gran nombre que sale en esta procesion de letras y guerra es don Miguel de Unamuno. El vetusto rector de la universidad de Salamanca no estaba pasando por un buen momento su relación con la Republica. Desencantado y siempre alejado de cualquier principio de dogmatismo, no veía con buenos ojos algunas políticas del gobierno. Especial fue su enfrentamiento con Manuel Azaña, presidente del gobierno, al cual llamaba "un escritor sin lectores", tras varios tiras y aflojas, don Miguel dio su beneplácito al levantamiento militar y vio con buenos ojos el cambio de régimen. Pero enseguida comprobó los desmanes que los sublevados estaban perpetrando, en especial el fusilamiento de varios amigos suyos. 

Pero sin duda el episodio más conocido del gran escritor en esos primeros años de guerra fue lo sucedido en el paraninfo de la universidad de Salamanca. Allí, entre los gritos desaforados y fanáticos de falangistas y legionarios, arengados por el tullido general José Millán-Astray, él cual dio un discurso encontra de la inteligencia, exaltando el fúnebre lema de la Legión: "¡Viva la Muerte!". Don Miguel, estupefacto ante tal ejercicio de fanatismo e incultura, dio uno de las más encendidas y pasionales defensas de la cultura y la inteligencia. Un discurso cuya voz aún resuena, plena, potente y más que nunca necesaria. Un alegato de razón frente a barbarie, de luz frente a oscuridad. Los intransigentes le abucheaban, sonaban los gritos ensordecedores de los fascistas, pero la voz imperturbable del viejo filósofo dejó esculpida en piedra una máxima que jamás caerá en el olvido: Venceréis, pero no convenceréis. Finalizado su alocución, tuvo que salir Unamuno del brazo de Carmen Polo, esposa de Franco, para evitar que corriera la sangre y lo falangistas le dieran un paseo. Tras esto él autor de Niebla y San Manuel Bueno, mártir pasó el resto de sus días confinado en su hogar, hasta morir, como su adorado don Quijote, desolado ante el horror que arrasaba España.

Otros nombres que vienen en este primer capítulo son el alucinado y exaltado escritor y propagandista de Falange Ernesto Giménez Caballero, conocida es su pelotera exaltación del Caudillo que roza en lo ridículo: "He aquí su bastón de mando, su vara mágica. Su porra, su falo incomparable". Agustín de Foxá, alguien que gozó del éxito pero tras la guerra cayó en el olvido, siendo su novela Madrid de corte a cheka una de las mejores novelas que retratan los primeros años de la guerra. 

Otro de los capítulos nos habla del paralelismo que tuvo en los dos bandos los asesinatos de Federico García Lorca y Ramiro de Maetzu. El poeta inmortal granadino encontró la muerte de la manera más cruel posible, ejecutado como un criminal, muerto en el acto de maldad más despreciable e injusta, como tantos en aquella estúpida guerra. Lorca pudo salvarse pero el arraigo de su amada Granada fue más fuerte y quiso volver a su casa, cosa que le costó la vida. El crimen de Lorca fue desde el principio el mayor promotor de defensa por la República. El bando republicano hizo suyo el asesinato del poeta y lo utilizó como arma contra la barbarie fascista, como símbolo del odio y la intransigencia.

En el otro bando el gran mártir fue el escritor Ramiro de Maetzu. Maetzu fue ensalzado como víctima de los rojos por los franquistas, intentando igualar la vida y obra de los dos escritores lo cual no es del todo acertado. Pues aunque los dos fueron verdaderas víctimas del odio fratricida y sus muertes fueron (como todas) absurdas, bien es cierto que es incomparable la obra del inmortal Lorca, no solo con la de Maetzu, si no con la de cualquier otro autor, porque Lorca era único. 

Otro autor a quién el deber moral hay que reconocer también como víctima inocente fue el  genial autor de comedias don Pedro Muñoz Seca, autor de La venganza de don Mendo. Muñoz Seca, un hombre que solo sabía hacer reír, deformando la realidad española en sus obras hasta la astracanada (creación suya) fue asesinado. Su crimen, que sus obras hacían reír al depuesto Alfonso XIII.

La guerra sigue su cruel paso, desgarrando el país y llevándose las vidas de una generación de españoles. Por las páginas desfilan nombres como Pio Baroja, renegando de todo y de todos en su exilio en París; José Ortega y Gasset el imperturbable filósofo; Manuel Chaves Nogales, quién mejor a retratado la guerra, pese al odio de los hunos y la indiferencia de los hotros; José María Pemán intentando labrase su carrera como poeta del futuro régimen y Rafael Alberti y su mujer, María Teresa León paseándose por los frentes como la encarnación de la Revolución marxista. También vinieron a la guerra autores extranjeros, unos para luchar, como George Orwell y otros a reportar lo que aquí sucedía, como Ernest Hemingway, quién tuvo una enconada enemistad con el que fuera su amigo John Dos Passos, tras el asesinato de José Robles por manos soviéticas. Grandes obras de la literatura surgieron de esta guerra. 

Son tantos los nombres que gracias a un apéndice donde Trapiello engloba a todas las personas de este drama, con una pequeñas biografías a modo de santoral literario, con el que puede uno navegar por este embravecido mar de letras. 

Pero si me gustaría terminar hablando de tres autores en particular. El primero el malogrado Miguel Hernández. El poeta oriolano desde el inicio del conflicto se fue al frente para luchar por sus ideales. Pues a diferencia de muchos, por no decir la mayoría, creyó que serviría mejor a la República empuñando un fusil que componiendo versos en retaguardia, en un ejemplo de noble valentía. Entre las bombas y los tiros, Hernández escribió los mejores poemas de guerra de la literatura española. Tras la guerra Miguel Hernández intentó huir pero fue detenido en Portugal y se salvó del fusilamiento gracias a varios amigos que lo ayudaron. Pero como en su elegía a su gran amigo Ramón Sijé: temprano levantó la muerte el vuelo, y Miguel Hernández murió de tuberculosis en la cárcel, a los 31 años, cortando trágicamente la vida de un poeta, como Lorca, inmortal. 

Otra gran tragedia de esta guerra fue la separación de Antonio y Manuel Machado. A los poetas sevillanos la guerra les pilló a cada uno en un lugar distinto. Manuel estaba en Burgos y Antonio en Madrid. Manuel se quedó en la capital durante la guerra y al finalizar fue uno de los tantos que el nuevo régimen utilizó como poetas oficiales, siendo la gran tragedia de Manuel haberse quedado. Su hermano Antonio, firme defensor de la Republica, deambuló primero por Valencia, pasando luego por Barcelona, hasta acabar saliendo al exilio a Francia. El gran poeta sevillano llevaba en sus espaldas un dolor insoportable al dejar su amada tierra desangrada y destruida, rota a pedazos por el odio y su corazón no pudo más, muriendo en Colliure, símbolo de la desgracia de España. Triste fue el viaje hasta el lugar de la muerte de su hermano, durante tres días que sumieron en la miseria de la perdida a Manuel, quién nunca pudo despedirse de su querido Antonio y amada madre. 

Las armas y las letras es el mejor libro sobre la guerra civil y los libros jamás escrito. Andrés Trapiello configura un manual que reúne los principales libros y sus autores que volcaron en sus paginas aquel horror, con magistrales prosas e inmortales versos. 

Este libro es un ejercicio de libertad nunca antes visto. En tiempos de una corrección política que asfixia en manos de una nueva Inquisición que pone bozales a cuantos se salen de la norma, este libro es aire fresco, pues no teme decir las cosas como son, y si hay que bajar del pedestal a quien haga falta. Si hay que decir que Camilo José Cela escribió una carta en la que ofrecía sus servicios como chivato en un ejercicio de hijoputismo rastrero, se dice; si hay que decir muchos de los que decían luchar por el gobierno legítimo, mientras vivían en los lujosos palacios requisados a los aristócratas, como si de una nueva burguesía marxista se tratará, se dice. Este libro no viene a contentar a nadie, viene a mostrar la historia tal cual es, con su cruda y cruel realidad. 

Muchos de estos autores, por no decir que casi todos, han caído en el olvido. Unos fueron exaltados por la dictadura y sus libros gozaron de una popularidad que acabó al morir el dictador, y otros fueron censurados, secuestrados por el régimen, hasta que fenecido este volvieron a ocupar en el lugar que les corresponde en la literatura. Y muchos fueron sepultados pues a pesar de escribir páginas extraordinarias de la mejor literatura, por el simple hecho de no compartir los ideales que los de sus bandos consideran: el correcto. Siendo sangrante la exaltación de escritores mediocres amparados más por su ideología que por su calidad, y otros de enorme talento silenciados por ser del bando incorrecto. Pero gracias a la segunda mano y a editoriales como Renacimiento y a páginas como Iberlibro, se pueden encontrar y disfrutar de la mayoría de libros, en un ejercicio de justicia literaria.

Un libro apabullante que desborda ante la cantidad de historias que se esconden entre los bombardeos y los paseos, un libro bellamente escrito con una prosa que deslumbra, con un castellano del que apenas se lee en estos días. Una obra necesaria y valiente que nos demuestra que de las más grandes tragedias puede salir algo hermoso. 



Andrés Trapiello (1953-)

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